Page 235 - El cazador de sueños
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           También  estaba  abierta  la  puerta  del  cobertizo,  y  Henry  vio  a  Jonesy  como  si  le
           tuviera  delante.  Le  vio  detenerse  en  el  umbral  antes  de  entrar  por  la  motonieve,

           apoyar una mano en el marco de la puerta y escuchar… ¿Escuchar qué?
               Escuchar nada. Ni graznido de cuervos, ni chirrido de arrendajos, ni golpes de
           pájaros carpinteros, ni pasos de ardillas. Sólo se oía el viento, y de vez en cuando el

           ruido  amortiguado  de  una  masa  de  nieve  resbalando  de  un  pino  o  un  abeto  y
           chocando con la nieve fresca de debajo. La fauna local se había marchado corriendo,

           como en un dibujo animado.
               Se quedó un rato donde estaba, procurando acordarse de cómo era por dentro el
           cobertizo.  Pete  lo  habría  hecho  mejor  (primero  habría  cerrado  los  ojos  y  habría
           movido  el  dedo,  y  a  continuación  habría  dicho  dónde  estaba  todo,  hasta  la  última

           cajita de tornillos), pero Henry consideró que en aquel caso no le hacía falta el talento
           especial  de  su  amigo.  Sólo  había  transcurrido  un  día  desde  su  última  visita  al

           cobertizo, en busca de algún accesorio para abrir la puerta de un armario de cocina
           que se había dilatado. Entonces había visto lo que le hacía falta ahora.
               Respiró varías veces con rapidez, a fin de limpiarse los pulmones. A continuación
           se aplicó una mano enguantada a la nariz y la boca, la apretó con fuerza y entró. Se

           quedó parado unos segundos, esperando a que se le acostumbrara la vista a la poca
           luz. Prefería no exponerse a sorpresas innecesarias.

               Realizado  el  ajuste,  cruzó  el  espacio  vacío  donde  había  estado  la  motonieve.
           Ahora en el suelo no había nada aparte de un dibujo de manchas de aceite, pero la
           lona  verde  que  había  servido  para  tapar  el  vehículo,  y  que  estaba  arrugada  en  un
           rincón, presentaba más placas de la misma sustancia rojiza de antes.

               La mesa de trabajo estaba revuelta, y tumbados dos potes, uno de clavos y otro de
           tornillos, con el resultado de que lo que siempre había estado ordenado ahora estaba

           mezclado.  En  el  suelo  había  un  estante  viejo  para  pipas  que  había  pertenecido  a
           Lámar Clarendon, y que se había roto con la caída. Los cajones de la mesa estaban
           abiertos  en  su  totalidad.  Uno  de  los  dos,  Beaver  o  Jonesy,  había  pasado  como  un

           huracán en busca de algo.
               Ha sido Jonesy, pensó Henry.
               Sí. Quizá Henry no llegara a averiguar cuál era el objeto de su búsqueda, pero

           estaba  seguro  de  que  había  sido  Jonesy,  y  saltaba  a  la  vista  que  o  él  o  los  dos  le
           otorgaban una importancia vital. Se preguntó si lo había encontrado. Lo más probable
           era que tampoco llegara a averiguarlo. En cuanto a lo que buscaba él, estaba a la vista

           en un rincón del fondo, colgado en un clavo sobre un amasijo de latas de pintura y
           pistolas pulverizadoras.
               Atravesó el interior del cobertizo cubriéndose la boca y la nariz, y sin respirar.



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