Page 254 - El cazador de sueños
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poderosa de ver la línea?
               No. No, no y no.
               Y seguía la canción en su cabeza, como burlándose de él: general's rank, bodies

           stank.
               —¡Duddits! —exclamó en la tarde gris, que tocaba a su fin. Copos perezosos,
           como plumón saliendo de una almohada rota. Había un pensamiento luchando por

           nacer, pero era demasiado grande, demasiado.
               —¡Duddits! —volvió a exclamar con su voz exhortatoria. Algo entendía: que le
           había sido denegado el lujo del suicidio.

               Era lo más horrible, porque aquellos pensamientos tan extraños (7 shouted out
           who  killed  the  Kennedys)  le  estaban  destrozando.  Rompió  de  nuevo  a  llorar,
           desconcertado y asustado, solo en el bosque. Se le habían muerto todos sus amigos

           menos Jonesy, y Jonesy estaba en el hospital. Una estrella de cine en el hospital con
           el señor Gray.

               —¿Qué  quiere  decir  eso?  —gimió.  Se  dio  una  palmada  en  cada  sien  (tenía  la
           sensación  de  que  se  le  hinchaba  la  cabeza),  y  sus  bastones  de  esquí,  oxidados  y
           viejos, colgaron inútiles de las anillas para las manos, como hélices rotas—. ¡Dios!
           ¿Qué quiere decir eso?

               La  única  respuesta  fue  la  canción:  Pleased  to  meet  you!  Hope  you  guess  my
           name!

               Nada, sólo nieve: enrojecida con sangre de animales muertos, animales muertos
           por  doquier,  todo  un  Dachau  de  ciervos,  mapaches,  conejos,  comadrejas,  osos,
           marmotas y…
               Henry chilló, se sujetó la cabeza y chilló con tanta fuerza, desgañitándose tanto,

           que hubo un momento en que estuvo seguro de desmayarse. Después se le pasó la
           sensación de mareo y le pareció que se le despejaba la cabeza, al menos un rato. Le

           quedó una imagen luminosa de Duddits tal como era al conocerlo, bajo una luz que
           no era la del tema de los Stones, luz de blitzkrieg invernal, sino una luz cuerda de
           tarde de octubre. Duddits mirándoles con sus ojos rasgados, como de chino sabio.
           Duddits fue nuestro mejor momento, le había dicho Henry a Pete.

               —¿Qué adegla? —dijo Henry—. ¿Adegla tatilla?
               Eso, adegla tatilla. Dale la vuelta, póntela bien, adegla tatilla.

               Henry, que ahora sonreía un poco (a pesar de que seguía teniendo mojadas las
           mejillas con lágrimas que empezaban a congelarse), reemprendió su camino por el
           rastro rugoso de la motonieve.














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