Page 288 - El cazador de sueños
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           Pete se colocó detrás del señor Gray y enlazó la cintura de Jonesy. Transcurridos diez
           minutos pasaron junto al Scout volcado, y Jonesy comprendió el motivo de que Pete

           y  Henry  hubieran  tardado  tanto  en  volver  de  la  tienda.  Habían  sobrevivido  de
           milagro,  tanto  el  uno  como  el  otro.  Le  habría  gustado  prolongar  un  poco  más  el
           examen, pero el señor Gray mantuvo el Arctic Cat a la misma velocidad, dando botes

           con los esquíes y yendo por el centro de la carretera entre los dos surcos colmados de
           nieve.

               Cuando  se  hubieron  alejado  unos  cinco  kilómetros  del  Scout,  superaron  un
           cambio de rasante y Jonesy vio una bola de luz blanca amarillenta flotando a menos
           de  treinta  centímetros  de  la  carretera.  Les  esperaba,  y  parecía  que  ardiera  a  la
           temperatura de un soplete, pero estaba claro que no, porque, teniendo nieve a pocos

           centímetros,  no  la  derretía.  Casi  seguro  que  era  una  de  las  luces  que  habían  visto
           moverse él y Beaver debajo de las nubes, sobre los animales que salían huyendo del

           barranco.
               «Exacto —dijo el señor Gray—. Es de las pocas que quedan. Puede que sea la
           última.»
               Jonesy, callado, se limitó a mirar por la ventana de su despacho-celda. Sentía en

           la cintura los brazos de Pete, que ahora se le cogía más que nada por instinto, como el
           boxeador  casi  vencido  a  su  oponente,  para  no  besar  la  lona.  La  cabeza  que  tenía

           apoyada en la espalda pesaba como una piedra. Ahora Pete era un medio de cultivo
           para el byrus, y el byrus estaba encantado, porque el mundo era frío y Pete caliente.
           Por lo visto el señor Gray le quería para algo, aunque Jonesy no tenía ni idea de para
           qué.

               La bola luminosa siguió guiándoles por la carretera entre dos y tres kilómetros,
           hasta que se metió entre dos pinos muy altos y les esperó dando vueltas, casi a ras de

           nieve. Jonesy oyó al señor Gray dando instrucciones a Pete de que se sujetase con
           todas sus fuerzas.
               El Arctic Cat dio un brinco y descendió a toda velocidad por una pendiente muy

           poco pronunciada, clavando los esquíes en la nieve y apartándola. Cuando acabó de
           cubrirles  la  bóveda  del  bosque,  no  sólo  la  capa  era  más  fina  sino  que  en  algunos
           puntos desaparecía del todo. En aquellas zonas el perfil de las ruedas de la motonieve

           chirriaba duramente en el suelo congelado, que en su mayor parte se componía de
           roca bajo una capa delgada de tierra y pinaza. Ahora se dirigían hacia el norte.
               A los diez minutos se interpuso una afloración de granito que les hizo saltar, y a

           Pete caerse rodando con un grito ronco. El señor Gray volvió a poner la motonieve en
           punto muerto. La luz también se quedó parada, girando encima de la nieve. Jonesy
           tuvo la impresión de que brillaba menos.



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