Page 291 - El cazador de sueños
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entreabrir la puerta entrañaría su pérdida.
Pete asintió con la cabeza.
—Ya me parecía a mí —dijo. Después se dirigió al otro— : Mira, tío, sólo te pido
que no me hagas más daño.
El señor Gray siguió sentado en el sillón mirando a Pete con los ojos de Jonesy, y
sin hacer promesas.
Pete suspiró, levantó la mano derecha, la quemada, y desplegó un dedo. A
continuación cerró los ojos y empezó a moverlo hacia adelante y atrás. Al verlo,
Jonesy lo comprendió todo. ¿Cómo se llamaba la niña? Rinkenhauer, ¿no? Sí. No se
acordaba del nombre de pila, pero Rinkenhauer era de los apellidos que se te
grababan en la memoria. También iba al Mary M. Snowe, alias colé de los
subnormales, aunque entonces Duddits ya había entrado en el profesional. ¿Y Pete?
Pete siempre había tenido más memoria de lo normal, pero después de Duddits…
Arrodillado en su celda pequeña y sucia, mirando el mundo que le habían robado,
Jonesy se acordó de las palabras; aunque en realidad no lo eran, sino formaciones
silábicas de extraña belleza:
«¿Bela liña, Pi?» «¿Ves la línea, Pete?»
Pete, con cara de sorpresa y placidez, había dicho que sí, que la veía. Entonces ya
hacía lo del dedo, el mismo tictac de ahora.
El dedo dejó de moverse y se quedó temblando un poco en la punta, como una
vara de zahorí al borde de un acuífero. Entonces Pete señaló la cresta en una línea
ligeramente a estribor de la dirección que había estado siguiendo la motonieve.
—El norte es allá —dijo, bajando la mano—. Hay que guiarse por la pared de
roca que tiene un pino en medio. ¿La ves?
«Sí.»
El señor Gray desplazó la vista hacia adelante y volvió a poner en marcha la
motonieve. Jonesy se formuló la vaga pregunta de cuánta gasolina quedaba en el
depósito.
—¿Ya puedo bajar?
Quería decir, naturalmente, si ya podía morirse.
«No.»
Y de nuevo en camino, con Pete cogiéndose a la chaqueta de Jonesy con las pocas
fuerzas que tenía.
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