Page 296 - El cazador de sueños
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de  alambre  con  púas  y  sin  púas.  El  primero  estaba  electrificado  a  un  voltaje  que
           probablemente no fuera mortal, pero sí suficiente para dejar a alguien retorciéndose
           en el suelo; la carga, además, podía aumentarse hasta niveles letales en caso de que se

           pusieran revoltosos los nativos. Veinte o treinta hombres les observaban desde detrás
           de  la  alambrada,  entre  ellos  el  viejo  Gosselin  (a  quien,  en  la  versión  de  James
           Cameron, interpretaría algún curtido veterano, tipo Harry Dean Stanton). Antes, los

           hombres  de  detrás  de  la  alambrada  les  habrían  dirigido  la  palabra,  habrían  hecho
           amenazas y planteado exigencias con tono de enfado, pero desde que habían visto lo
           que le había pasado al banquero de Massachusetts por querer escaparse, a los pobres

           se  les  había  encogido  bastante  la  pilila.  Ver  que  a  alguien  le  pegan  un  tiro  en  la
           cabeza  suele  hacer  que  se  tengan  bastantes  menos  cojones.  Tampoco  había  que
           olvidar que todos los operativos llevaban mascarilla en la nariz y la boca. Con eso,

           los cojones debían de estar a cero.
               —Jefe…  —Ahora  el  tono  quejica  era  total.  Por  lo  visto,  ver  ciudadanos

           americanos detrás de una alambrada había agravado la incomodidad de Melrose—.
           Oiga, jefe, ¿para qué quiere verme el número uno? Me extraña hasta que sepa que
           existen pinches terceros.
               —No lo sé —contestó Pearly, y era verdad.

               Más adelante estaban Owen Underhill y alguien de la división motorizada que
           casi le gritaba al oído, tal era el fragor de los helicópteros. Perlmutter supuso que no

           tardarían en apagarlos, porque con un tiempo así no volaba ni Cristo. Según Kurtz,
           aquella  nevada  anticipada  era  «un  regalo  que  nos  hace  Dios».  Era  la  clase  de
           comentarios  que,  viniendo  de  él,  te  dejaban  con  la  duda  de  si  lo  decía  en  serio  o
           irónicamente. El tono siempre era serio, pero a veces le añadía una risa. De las que

           ponían  nervioso  a  Archie  Perlmutter.  En  la  película,  Kurtz  sería  James  Woods.  O
           Christopher  Walken.  No  se  le  parecía  ninguno  de  los  dos,  pero  bueno,  George  C.

           Scott tampoco se parecía a Patton… Tema zanjado.
               Perlmutter dio un brusco rodeo hacia Underhill. Melrose intentó seguirle y acabó
           con el culo en el suelo, cagándose en todo. Perlmutter tocó el hombro de Underhill y,
           al  verle  la  cara,  confió  en  disimular  su  sorpresa  gracias  a  la  mascarilla.  Owen

           Underhill parecía diez años mayor que al apearse del autobús escolar de Millinocket.
               Pearly se inclinó hacia él y exclamó con el viento de cara:

               —¡Kurtz en quince! ¡No te olvides!
               Underhill  le  hizo  un  gesto  impaciente  con  la  mano,  queriendo  decir  que  se
           acordaría, y volvió a girarse hacia el de la división motorizada. Ahora Perlmutter le

           tenía identificado: se llamaba Brodsky.
               El puesto de mando de Kurtz, una caravana inmensa (siguiendo la comparación
           con un plato, sería la residencia temporal de la estrella, o del propio James Cameron),

           estaba  justo  delante.  Pearly  apretó  el  paso,  plantando  cara  a  la  cortina  de  copos.




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