Page 299 - El cazador de sueños
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qué.» ¿Qué, estoy loco?
               —No, pero de momento te pediría que no se lo contaras a nadie.
               Una sonrisa ensanchó los labios de Brodsky debajo de la mascarilla.

               —¡Uy, tranquilo! Sólo se lo he dicho porque… Como hay orden de informar de
           cualquier cosa rara…
               Owen replicó con rapidez, sin darle tiempo de pensar a Brodsky.

               —¿Cómo se llamaba?
               —Jonesy  Tres  —contestó  Brodsky.  A  continuación  puso  cara  de  sorpresa—.
           ¡Joder! No sabía que lo supiera.

               —¡Qué nombre más raro!
               —Sí,  bastante,  pero…  —Se  lo  pensó  un  poco  y  añadió  exaltado—:  ¡Ha  sido
           horrible! Cuando pasaba, no, pero después de un rato… al pensarlo… era como si

           me… —Bajó la voz—. Como si me hubieran violado, señor.
               —Bueno, pues ya está —dijo Owen—. Supongo que tienes varias cosas más que

           hacer.
               Brodsky sonrió.
               —Sólo dos o tres mil.
               —Pues a por ellas.

               —Recibido. —Brodsky dio un paso y se volvió. Owen miraba el corral, donde
           había habido caballos y ahora había personas. La mayoría de los detenidos estaba en

           el establo, y los que se habían quedado fuera, que andarían sobre las dos docenas,
           formaban una piña como para darse ánimos. Sólo había uno que fuera a su aire, un tío
           escuchimizado, alto y seco, con unas gafótas que le daban cara de búho. Brodsky
           miró al búho condenado, y después a Underhill.

               —¡Oiga, no pensará meterme en un follón! ¡A ver si se le ocurre mandarme al
           psiquiatra!

               —Descu… —empezó a decir Owen.
               No tuvo tiempo de acabar, porque se oyó un disparo en la caravana de Kurtz y
           alguien se puso a chillar.
               —¡Jefe! —susurró Brodsky. A Owen el ruido de motores le impedía oírle. Le leyó

           la palabra en los labios, y esta— : Mierda.
               —Vete —dijo—, que no es cosa tuya.

               Brodsky le miró un poco más, humedeciéndose los labios dentro de la mascarilla.
           Owen  le  hizo  un  gesto  con  la  cabeza,  intentando  proyectar  una  impresión  de
           confianza  y  autoridad,  de  todo  bajo  control;  quizá  funcionase,  porque  Brodsky  le

           devolvió el gesto y se marchó.
               Dentro de la caravana proseguían los gritos. Cuando Owen se encaminó a ella, el
           hombre que estaba solo en el cercado le dijo:

               —¡Eh, oiga! ¡Acérquese un minuto, que tengo que hablar con usted!




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