Page 304 - El cazador de sueños
P. 304

todos.
               Pearly asintió. Entonces se abrió la puerta, y con alivio infinito vio que era Owen
           Underhill. La mirada de Kurtz saltó hacia este último.

               —¡Owen!  ¡Chavalote  mío!  ¡Otro  testigo!  ¡Otro  mensajero,  Dios  bendito!  ¿Me
           escuchas? ¿Propagarás la Palabra?
               Underhill asintió con cara de jugador de póker en una jugada de mucho dinero.

               —¡Perfecto, perfecto!
               Kurtz volvió a fijarse en Melrose.
               —Cito el manual, pinche tercero Melrose: parte 16, sección 4, párrafo 3. «El uso

           de epítetos inapropiados, tanto de índole racial, étnica o sexual, es pernicioso para la
           moral y contraviene el protocolo del servicio armado. En caso de demostrarse dicho
           uso, el usuario será castigado de inmediato por un consejo de guerra, o en el campo

           de batalla por la autoridad competente.» Final de la cita. La autoridad soy yo, y el que
           usa epítetos inapropiados, tú. ¿Me entiendes, Melrose? ¿Captas de qué voy?

               Melrose, gemebundo, quiso hablar, pero le interrumpió Kurtz. Owen Underhill
           seguía en la puerta sin moverse ni un milímetro, mientras se le derretía la nieve en los
           hombros y le corría como gotas de sudor por el plástico transparente de la mascarilla.
           No apartaba la vista de Kurtz.

               —Pues bien, pinche tercero Melrose, lo que acabo de citar en presencia de estos
           testigos, Dios me asista, tiene categoría de orden, y prohíbe hablar con desprecio de

           cualquier raza o nacionalidad; incluida, en este caso, la negra. ¿Me has entendido?
               Queriendo  asentir,  Melrose  se  tambaleó  al  borde  del  desmayo.  Perlmutter  le
           sujetó  por  el  hombro  y  volvió  a  ponerle  derecho,  rezando  por  que  Melrose  no  se
           quedara frito antes de hora. A saber qué era capaz de hacerle Kurtz al pinche si tenía

           la temeridad de desconectar antes de que Kurtz hubiera terminado de leerle la cartilla.
               —Mira, chaval, a estos invasores de mierda les daremos un repaso que se van a

           enterar, y como vuelvan por la Tierra les arrancaremos esa cabecita gris que tienen y
           nos cagaremos en sus cuellos. ¿Que ni por esas? Entonces usaremos contra ellos su
           propia tecnología, que ya nos falta poco para dominar, y viajaremos a su lugar de
           origen  en  sus  propias  naves,  o  en  otras  parecidas  fabricadas  por  General  Electric,

           DuPont  y  Microsoft;  entonces,  Dios  me  asista,  entonces  les  quemaremos  sus
           ciudades,  panales,  hormigueros  o  donde  vivan,  les  echaremos  napalm  y  bombas

           atómicas,  y  por  Dios  todopoderoso,  Allah  akhbar,  les  llenaremos  los  lagos  y  los
           mares  con  pipí  americano  del  que  escuece.  Ahora  bien,  lo  haremos  de  manera
           «correcta»,  con  «propiedad»  y  sin  establecer  diferencias  de  raza,  sexo,  etnia  o

           religión. Lo haremos porque los muy cabrones se han equivocado de barrio, y han
           llamado a la puerta que no era. No estamos en la Alemania de 1938, ni en el Misisipí
           de 1963. ¿Qué, señor Melrose? ¿Te ves capaz de difundir el mensaje?

               Melrose  puso  sus  ojos  llorosos  en  blanco  y  le  fallaron  las  rodillas.  Perlmutter




                                        www.lectulandia.com - Página 304
   299   300   301   302   303   304   305   306   307   308   309