Page 305 - El cazador de sueños
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volvió a cogerle por el hombro, queriendo evitar que se cayera, pero esta vez fue
           inútil. Melrose se desplomó.
               —Pearly —susurró Kurtz.

               Al recibir el fuego de los ojos azules de su superior, Perlmutter tuvo la impresión
           de que jamás había pasado tanto miedo como en ese momento. La vejiga se le había
           convertido  en  una  bolsa  caliente  y  pesada  que  sólo  pedía  vaciársele  en  el  mono.

           Pensó  que  si  Kurtz  veía  ensancharse  una  mancha  oscura  en  la  entrepierna  de  su
           ayudante  de  campo,  dado  su  estado  de  ánimo,  era  capaz  de  pegarle  un  tiro  sin
           contemplaciones, pero pensarlo no mejoró la situación. Al contrario.

               —Sí, s… jefe.
               —¿Correrá la voz? ¿Será buen mensajero? ¿Consideras que ha estado bastante
           atento, o pensaba demasiado en el puto pie?

               —Pu… Pue… —Viendo que, desde la puerta, Underhill le hacía un gesto casi
           imperceptible de confirmación con la cabeza, Pearly cobró ánimos—.

               Sí, jefe, yo creo que lo ha oído todo.
               Ante la vehemencia de Perlmutter, la primera reacción visible de Kurtz fue de
           sorpresa, y la segunda de satisfacción. Se volvió hacia Underhill.
               —Sí  —dijo  este—,  a  condición  de  llevarle  a  la  enfermería  antes  de  que  se

           desangre en tu alfombra y se muera.
               Las comisuras de los labios de Kurtz se levantaron. —¿Te encargas tú, Pearly?

               —Ahora mismo —dijo Perlmutter, yendo hacia la puerta. Una vez hubo dejado
           atrás a Kurtz, le dirigió a Underhill una mirada de ferviente gratitud que o bien pasó
           desapercibida o se prefirió ignorar.
               —A  paso  ligero,  señor  Perlmutter.  Owen,  quiero  hablar  contigo.  —Pasó  por

           encima del cuerpo de Melrose sin mirarlo y entró deprisa en la pequeña cocina—.
           ¿Café? Como lo ha hecho Freddy, no puedo garantizarte que sea bebible… pero…

               —Pues  no  estaría  mal  un  cafelito  —dijo  Owen  Underhill—.  Sírvelo,  mientras
           intento cortar la hemorragia.
               Kurtz, que estaba al lado de la cafetera, le miró con una chispa de duda en los
           ojos.

               —¿Tú crees que hace falta?
               Fue el momento en que salió Perlmutter de la caravana. Era la primera vez que se

           metía en una tormenta con la sensación de escapar.


















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