Page 307 - El cazador de sueños
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—¿Ah, sí? ¿Y usted ve muchas garantías procesales?
—Es porque… Yo creo que sólo nos… —Henry aguardó con interés, pero no
hubo continuidad, al menos en aquel registro—. ¿A que ha habido un disparo? —
preguntó el hombre corpulento—. Y me parece que también he oído gritos.
Salieron dos hombres de los dos remolques adosados, llevando una camilla entre
los dos. Detrás, con clara reticencia, iba el mando intermedio, que había vuelto a
ponerse bien la tablilla debajo del brazo.
—Parece que ha oído bien. —Henry y el hombre corpulento vieron subir a los
camilleros por los escalones de la caravana del puesto de mando. Cuando el mando
intermedio se aproximó a la alambrada, Henry le dijo—: ¿Qué, capullo? ¿Está la cosa
animada?
El hombre corpulento se sobresaltó. El de la tablilla miró a Henry con dureza y
siguió caminando hacia la caravana.
—Sólo es… Sólo es una situación de emergencia —dijo el hombre corpulento—.
Yo creo que mañana por la mañana se habrá arreglado todo.
—Menos para su cuñado —dijo Henry.
El hombre corpulento le miró apretando los labios, que le temblaban un poco.
Después regresó con el grupo, donde debía de imperar un punto de vista más afín al
suyo. Henry volvió a concentrarse en la caravana y siguió aguardando a que saliera
Underhill. Tenía la sensación de que Underhill era su única esperanza… si bien, al
margen de las dudas que pudiera albergar sobre la operación, era una esperanza
precaria. Y Henry sólo tenía una carta que jugar. La carta era Jonesy. De Jonesy no
sabían nada.
La cuestión era decírselo a Underhill, o no. Henry tenía muchísimo miedo de que
no sirviera de nada.
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