Page 308 - El cazador de sueños
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           Cinco minutos después de que el mando intermedio entrara en la caravana detrás de
           los camilleros, salieron los tres con alguien más en la camilla. A la luz intensa de los

           focos, la cara del herido estaba tan blanca que parecía morada. Para Henry fue un
           alivio ver que no se trataba de Underhill, porque Underhill era diferente de los demás
           chalados.

               Pasaron diez minutos y Underhill seguía sin haber salido del puesto de mando.
           Nevaba cada vez más, y Henry esperaba. Para vigilar a los presos (lo eran, y no tenía

           sentido usar eufemismos) había soldados, uno de los cuales se decidió a acercarse.
           Los hombres apostados en el cruce de Deep Cut Road y Swanny Pond Road habían
           deslumbrado  tanto  a  Henry  con  sus  focos  que  no  reconoció  la  cara  del  soldado.
           Entonces descubrió algo que le llenó de tanta alegría como profunda inquietud: que

           los  cerebros  también  poseían  rasgos,  y  que  eran  tan  reconocibles  como  una  boca
           bonita, una nariz rota o un ojo bizco. Se trataba de uno de los hombres que le habían

           capturado,  el  mismo  que,  considerando  que  no  caminaba  bastante  deprisa  hacia  el
           camión,  le  había  dado  un  golpe  en  el  culo  con  la  culata  del  rifle.  Las  nuevas
           facultades  de  Henry  eran  esquizoides:  se  le  escapaba  el  nombre  del  soldado,  pero
           sabía que su hermano se llamaba Frank y que, yendo al instituto, le habían absuelto (a

           Frank) en un juicio por violación. Había más cosas, inconexas y mezcladas como el
           contenido  de  una  papelera.  Henry  se  dio  cuenta  de  que  estaba  examinando  un

           verdadero río de conciencia, con los correspondientes desechos flotando en sus aguas.
           Lo humillante era el prosaísmo general.
               —¡Hombre —dijo el soldado con bastante buen tono—, si es el listo! ¿Te apetece
           una salchicha, tío listo? —Rió.

               —Ya tengo una —dijo Henry, que también sonreía. Entonces, como tantas veces,
           habló Beaver por su boca—. ¿Quieres chuparla un poquito? Igual entras en calor. El

           soldado dejó de reír.
               —Ya veremos si dentro de doce horas sigues tan ocurrente —dijo. La imagen que
           pasó flotando en el río de entre las orejas de aquel hombre fue la de un camión lleno

           de cadáveres, un amasijo de brazos y piernas blancos—. ¿Ya te crece el Ripley, tío
           listo? Henry pensó: el byrus. Se refiere al byrus, que es como se llama de verdad.
           Jonesy lo sabe.

               No contestó, y el soldado se alejó con la expresión satisfecha de quien ha ganado
           por puntos. Henry se concentró por curiosidad y visualizó un rifle; no uno cualquiera,
           sino la Garand de Jonesy. Pensó: estoy armado, cabrón, y en cuanto me des la espalda

           te mato.
               El  soldado  volvió  a  girarse.  La  cara  de  satisfacción  había  sufrido  el  mismo
           destino que la sonrisa y la risa, sustituida por una expresión de duda y sospecha.



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