Page 312 - El cazador de sueños
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Kurtz  se  encogió  de  hombros—.  Si  no,  tendré  que  arreglármelas  sin  ti.  ¿Ves  por
           dónde voy?
               Owen no estaba muy seguro de ver por dónde iba Kurtz, pero sí adonde quería

           llevarle a él, y asintió. Había leído que existía un tipo de pájaro que vivía en la boca
           de los cocodrilos, que lo toleraban. Se identificó con él. Kurtz quería hacerle creer
           que  le  había  perdonado  lo  de  pasar  la  transmisión  extraterrestre  al  canal  común,

           justificándolo por los nervios del momento. ¿Y lo de hacía seis años en Bosnia? Ya
           no  contaba.  Quizá  fuera  verdad.  Y  quizá  el  cocodrilo  se  hubiera  cansado  de  los
           picoteos fastidiosos del pájaro, y se estuviera preparando para cerrar las mandíbulas.

           El cerebro de Kurtz no le dio ninguna pista a Owen sobre la verdad. En ambos casos,
           además, convenía ser sumamente cuidadoso. Cuidadoso y a punto para emprender el
           vuelo.

               Kurtz volvió a hurgar en el mono y sacó un reloj de bolsillo sin lustre.
               —Era de mi abuelo, y funciona a la perfección —dijo—. Creo que porque es de

           cuerda, no eléctrico. En cambio, mi reloj de pulsera sigue igual de escacharrado.
               —Y el mío.
               Una sonrisa contrajo los labios de Kurtz.
               —Cuando puedas, y cuando tengas estómago, ve a ver a Perlmutter. Esta tarde,

           entre sus muchas tareas y actividades, ha encontrado tiempo para recibir una partida
           de trescientos relojes de cuerda Timex. Eso justo antes de que nos cancelara la nieve

           todas las operaciones aéreas. Pearly es la eficacia personificada. Ahora sólo falta que
           se saque de la cabeza la idea de que está viviendo dentro de una película.
               —Pues  esta  noche,  jefe,  no  me  extrañaría  que  hubiera  dado  un  paso  en  esa
           dirección.

               —También es posible.
               Kurtz meditó. Underhill esperó.

               —Chaval, deberíamos bebemos el whisky. Esto de esta noche se podría decir que
           es un velatorio irlandés.
               —¿Un velatorio?
               —Sí. Mi querido phooka está a punto de caerse muerto.

               Owen arqueó las cejas.
               —Sí. Entonces le quitarán su capa mágica de invisibilidad, y será como el árbol

           caído, del que todos hacen leña. Sobre todo los políticos, que en eso son los mejores.
               —No te sigo.
               Kurtz volvió a mirar el reloj de pulsera deslustrado. Debía de haberlo sacado de

           una casa de empeños; eso si no se lo había robado a un muerto, lo cual a Underhill
           tampoco le habría extrañado.
               —Son  las  siete.  Dentro  de  unas  cuarenta  horas,  el  presidente  se  dirigirá  a  la

           Asamblea General de la ONU. Será el discurso con más público de toda la historia de




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