Page 315 - El cazador de sueños
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hace falta que te diga que es la misma razón de que tampoco faciliten datos sobre la
           solución que le hemos dado aquí al problema, en el marco rústico e incomparable del
           colmado de Gosselin.

               —Se  podría  llamar  la  solución  final  —dijo  Owen.  Ya  se  había  fumado  el
           cigarrillo hasta el filtro. Lo aplastó en el borde de su taza de café vacía.
               Kurtz miró a Owen a los ojos sin pestañear.

               —Sí,  se  podría  llamar  así.  Vamos  a  cargarnos  aproximadamente  a  trescientas
           cincuenta personas; casi todos hombres, algo es algo, aunque no puedo asegurar que
           en  la  limpieza  no  caigan  unas  cuantas  mujeres  y  niños.  La  contrapartida  es  que

           protegeremos a la humanidad de una pandemia, y casi seguro que de la esclavitud.
           No es poco.
               El pensamiento de Owen (seguro que a Hitler le habría gustado el enfoque) era

           imparable, pero lo tapó lo mejor que pudo y no observó ningún indicio de que Kurtz
           lo hubiera oído o percibido. Claro que nunca se podía saber, porque Kurtz era astuto.

               —¿Ahora cuántos prisioneros hay? —preguntó Kurtz.
               —Unos  setenta,  y  viene  el  doble  de  Kineo.  Si  no  empeora  el  tiempo,  llegarán
           hacia las nueve.
               Estaba previsto que empeorase, pero no antes de medianoche.

               Kurtz asentía con la cabeza.
               —Ya. Hay que sumar cincuenta de la zona más al norte, unos setenta de St. Cap y

           los pueblecitos del sur… y nuestros hombres. Que no se te olviden. Parece que las
           mascarillas funcionan, pero los exámenes médicos ya han detectado cuatro casos de
           Ripley. Sin decírselo, claro.
               —¿Y seguro que no lo saben?

               —Digámoslo así —contestó Kurtz—: basándose en su comportamiento, no tengo
           ninguna razón para pensar que lo sepan. ¿Te vale?

               Owen se encogió de hombros.
               —La  versión  oficial  —prosiguió  Kurtz—  será  que  estamos  trasladando  a  los
           detenidos en avión a una instalación médica de alto secreto para someterles a más
           pruebas,  y,  si  se  terciaba  un  tratamiento  a  largo  plazo.  Será  el  último  comunicado

           oficial que se emita sobre ellos, suponiendo que salga todo como está planeado, pero
           durante  dos  años  habrá  un  goteo  de  filtraciones  programadas:  resistencia  de  la

           infección a los esfuerzos médicos… locura… cambios físicos grotescos que mejor no
           describirlos… y al final la muerte, que estando así es lo mejor. No sólo la gente no se
           indignará, sino que lo verá como un alivio.

               —¿Y en realidad…?
               Quería oírselo decir a Kurtz. Vana esperanza, porque a pesar de que no hubiera
           micros  (salvo  entre  las  orejas  de  Kurtz,  quizá),  la  prudencia,  en  el  jefe,  era

           consustancial. Kurtz levantó una mano, formó una pistola con el pulgar y el índice y




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