Page 311 - El cazador de sueños
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cartas». Con Kurtz, pensó Owen, el problema era que jugaba varias manos a la vez.
           Sobraban ases.
               —Siéntate,  Owen.  Bébete  el  café  con  el  culo  apoyado  en  algún  sitio,  como  la

           gente normal, y déjame limpiar, que lo necesito.
               Owen lo consideró posible. Se sentó y bebió café. Pasaron cinco minutos, hasta
           que Kurtz hizo el esfuerzo doloroso de volver a levantarse. Después cogió el pañuelo

           por  una  esquina,  como  si  le  diera  asco,  lo  llevó  a  la  cocina,  lo  tiró  a  la  basura  y
           regresó a la mecedora. Por último, tomó un sorbo de café, torció el gesto y dejó la
           taza.

               —Frío.
               Owen se levantó.
               —Ahora te traigo…

               —No, siéntate, que tenemos que hablar.
               Owen se sentó.

               —Antes, cuando volábamos, tú y yo hemos tenido un pique. ¿A que sí?
               —Yo no diría…
               —No, ya sé que no lo dirías, pero también sé lo que ha ocurrido, igual que tú. En
           situaciones  extremas  la  gente  se  exalta.  En  fin,  lo  pasado,  pasado.  Tenemos  la

           obligación de superarlo, porque yo soy el oficial al mando, tú mi segundo y aún no
           hemos acabado nuestro trabajo. ¿Podremos hacerlo juntos?

               —Sí, señor. —Coño, otra vez—. Quería decir jefe. Kurtz le obsequió con una fría
           sonrisa.
               —Hace unos minutos he perdido el control. —Simpático, franco y honesto. Lo
           que había engañado a Owen muchos años.

               Ya no le engañaba—. Estaba haciendo la caricatura de siempre, dos de Patton,
           una de Rasputín, añadir agua, remover y servir, y de repente… ¡Paf! Se me ha ido la

           olla. ¿A que crees que estoy loco?
               Cuidado,  cuidado.  En  aquella  habitación  había  telepatía,  telepatía  de  verdad,  y
           Owen ignoraba hasta qué punto era capaz de leerle Kurtz los pensamientos.
               —Sí, señor. Un poco, señor.

               Kurtz asintió como si se lo esperara.
               —Sí. Un poco. Buena manera de resumirlo. Lo mío viene de lejos. Los hombres

           como yo son necesarios, pero cuesta encontrarlos, y para hacer lo que hago sin acabar
           creyéndotelo del todo hace falta estar un poco loco. Es una línea muy fina, la famosa
           línea que es el tema favorito de conversación de los psicólogos de café, y en toda la

           historia  del  mundo  nunca  ha  habido  ninguna  misión  de  limpieza  como  esta…
           Suponiendo que lo de Hércules limpiando los establos de Augias sólo sea un mito,
           claro.  Sólo  te  pido  comprensión,  no  simpatía.  Si  nos  entendemos,  conseguiremos

           llevar a buen puerto este trabajo, que es el más difícil de nuestra carrera. Si no… —




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