Page 302 - El cazador de sueños
P. 302

Melrose.  Perlmutter  tenía  clichado  a  Kurtz:  el  jefe  era  un  quiero  y  no  puedo
           existencial.  Brillante  descripción,  sí  señor.  En  la  carrera  militar  no  daba  muchas
           ventajas estar formado en humanidades, pero alguna había, como acuñar expresiones.

               —La única orden que le he dado al teniente Johnson… uy, no, rangos no… quería
           decir a mi buen amigo Freddy Johnson… ha sido bendecir la mesa. ¿Vosotros rezáis?
               Melrose asintió con la misma vacilación con la que había sonreído, mientras que

           Perlmutter  lo  hizo  indulgentemente.  Tenía  la  seguridad  de  que  la  fe  en  Dios  que
           insistía en profesar Kurtz, al igual que su apellido, era plumaje.
               Kurtz, risueño, se mecía mirando a los dos hombres, cuyo calzado goteaba nieve

           derretida que formaba charcos.
               —La  mejor  manera  de  rezar  es  la  que  tienen  los  niños  —dijo—.  Cuestión  de
           sencillez. ¿A que sí?

               —Sí,)… —empezó Pearly.
               —Tú cierra el pico, perro —dijo jovialmente Kurtz. Y sin dejar de mecerse. Ni la

           pistola de oscilar en el extremo del cinturón. Miró a Pearly, y después a Melrose—.
           ¿Tú qué opinas, nene? ¿Es una oración bonita, sí o sí?
               —Sí, s…
               —O Allah akhbar, como dicen nuestros amigos árabes: «el único dios es Dios».

           ¿Se puede ser más sencillo? Es cortar la pizza justo por la mitad. No sé si me explico.
               No contestaron. Kurtz se mecía más deprisa, y la pistola se balanceaba a mayor

           velocidad. Perlmutter empezó a ponerse tan nervioso como hacía unas horas, antes de
           que llegara Underhill y sosegara un poco a Kurtz. Lo más probable era que sólo fuera
           más plumaje, pero…
               —¡O Moisés delante de la zarza ardiendo! —exclamó Kurtz, y se le iluminó la

           cara, que era más bien de caballo, con una sonrisa desquiciada—. Pregunta Moisés:
           «¿Con quién hablo?», y Dios le sale con el típico rollo de «soy el que soy, y nada más

           que el que soy, bla bla bla». Qué Dios más bromista, ¿eh, señor Melrose? ¿En serio
           que  se  ha  referido  a  nuestros  emisarios  del  espacio  exterior  como  «negros  del
           espacio»?
               Melrose se quedó boquiabierto.

               —Contesta, chavalín.
               —Señor…

               —Vuelve  a  llamarme  señor  y  celebrarás  tus  próximos  dos  cumpleaños  en  el
           cercado. ¿Me explico? ¿Captas de qué voy?
               —Sí, jefe.

               Melrose se había cuadrado y tenía toda la cara blanca, menos dos manchas rojas
           de frío en las mejillas que quedaban cortadas en dos por las gomas de la mascarilla.
               —Bueno,  ¿es  o  no  verdad  que  hayas  llamado  «negros  del  espacio»  a  nuestros

           visitantes?




                                        www.lectulandia.com - Página 302
   297   298   299   300   301   302   303   304   305   306   307