Page 321 - El cazador de sueños
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           La puerta se cerró. Kurtz se quedó sentado, mirándola, fumando y meciéndose con
           lentitud.  ¿Qué  porcentaje  del  discurso  se  había  tragado  Owen?  Era  listo,  un

           superviviente a quien no le faltaba cierto idealismo… y Kurtz pensó que se lo había
           tragado todo de pe a pa. Por regla general, la gente se creía lo que quería creerse.
           John Dillinger también era un superviviente, el más astuto de los forajidos de los años

           treinta, pero eso no le había impedido ir al Biograph Theater con Anna Sage. Ponían
           Manhattan Melodrama, y al final de la obra los federales le habían cosido a balazos

           como al perro que era. Anna Sage también creía lo que quería creer, pero no le había
           servido para que no la deportaran a Polonia.
               Mañana no saldría nadie de la tienda de Gosselin aparte de su cuadro escogido:
           los doce hombres y las dos mujeres que integraban Imperial Valley. Owen Underhill

           no  estaría  entre  ellos,  aunque  pudiera  haberlo  estado.  Antes  de  la  difusión  de  los
           grises  por  el  canal  común,  Kurtz  había  estado  seguro  de  incluirle.  Pero  las  cosas

           cambiaban. Lo había dicho Buda, y en eso, como mínimo, había acertado el chinarro
           infiel.
               —Me  has  fallado,  chaval  —dijo  Kurtz.  Con  el  movimiento  de  la  garganta,  de
           pelillos grises, se le movía la mascarilla, porque se la había bajado para fumar—. Me

           has fallado.
               Kurtz había dejado impune el primer fallo de Owen Underhill. ¿Y el segundo?

               —Jamás —dijo Kurtz—. Jamás de la vida.










































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