Page 326 - El cazador de sueños
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Andy Janas les había perdido la pista a las otras tres camionetas de su pequeño
escuadrón. Se les había adelantado porque no estaban acostumbrados a conducir con
un tiempo así de jodido, y él sí. ¡Cómo no iba a estar acostumbrado Andy, habiendo
crecido al norte de Minnesota! Iba solo en uno de los mejores vehículos militares de
la Chevrolet, una camioneta cuatro por cuatro modificada. Al señor Janas no le había
salido ningún hijo tonto.
De todos modos, la autopista estaba bastante despejada. Hacía cosa de una hora
que había pasado un par de quitanieves del ejército (supuso que no tardaría en
alcanzarlos; entonces frenaría y se colocaría detrás como un buen chico), y desde
entonces en el asfalto sólo se había formado una capa de seis o siete centímetros de
nieve. El problema serio era el viento, que la levantaba y desdibujaba la carretera.
Suerte de los reflectores. El truco, lo que no sabían los tontainas de sus compañeros,
era no perderlos de vista; claro que también podía ser que con los camiones y los
Humvee, aquellos vehículos robustos y todo terreno, estuvieran los faros demasiado
altos para iluminar los reflectores. Además, cuando había una ráfaga fuerte de viento
desaparecían hasta ellos; se ponía todo blanco, y, mientras no se calmara la cosa, no
había más remedio que soltar el pedal y procurar no salirse de la carretera. Andy no
corría peligro. Si le pasaba algo, tenía la radio para avisar. Detrás vendrían más
quitanieves, para tener abierto todo el tramo sur de la autopista desde Presque Isle
hasta Millinocket.
En la parte trasera de su camioneta viajaban dos paquetes con triple envoltorio.
Uno contenía dos ciervos muertos por el Ripley. El contenido del otro (cosa que a
Janas le parecía entre un poco y muy truculento), era el cadáver de un gris que poco a
poco estaba convirtiéndose en una especie de sopa anaranjada. Ambos debían
entregarse a los médicos de la base, instalada en el sitio que se llamaba…
Janas miró hacia arriba, hacia el retrovisor, donde había una nota y un bolígrafo
colgados de una goma. El papel tenía escrito a mano: «Tienda de Gosselin, coger la
sal. 16 y girar a la I.»
Llegaría en una hora, o menos. Seguro que los médicos le decían que ya tenían
bastantes muestras animales, y que los ciervos serían incinerados, pero quizá se
quedaran con el gris, suponiendo que no se hubiera hecho del todo papilla. Quizá el
frío retrasara un poco el proceso, aunque no era problema de Andy Janas. Lo suyo era
llegar, entregar las muestras y esperar a dar el parte al encargado de recabar
información sobre el perímetro norte de la zona de cuarentena, el más tranquilo.
Aprovecharía la espera para conseguir un cafelito bien caliente y un buen plato de
huevos revueltos. Dependiendo de quién hubiera, quizá hasta pudiera agenciarse un
chorrito de algo en el café. No estaría mal. Ponerse un poco a tono y
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