Page 397 - El cazador de sueños
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de una puta vez!»
Henry se incorporó sobresaltado, y sin estar seguro ni de quién era ni de dónde
estaba. Sin embargo, no era lo peor. Lo peor era que no sabía cuándo estaba. ¿Tenía
dieciocho años, casi treinta y ocho o una edad intermedia? Notaba olor a porro, oía el
impacto de un bate y una pelota (un bate de softball; jugaban niñas, niñas con blusas
amarillas), y seguía oyendo los gritos de Pete: «¡Está aquí dentro! ¡Tíos, que me
parece que está aquí dentro!»
—Pete también la veía. La línea —murmuró Henry.
No tenía una noción exacta del sentido de la frase. Empezaba a borrársele el
sueño, cuyas imágenes claras dejaban paso a algo oscuro. Algo que tenía que hacer o
intentar él. Olía a heno, con un trasfondo de algo agridulce: maría.
«¿Tú puedes ayudarnos?»
Ojos grandes de cierva. Se llamaba Marsha. Empezaba a verse todo más nítido.
Henry le había contestado «supongo que no», y después había añadido: «Pero puede
que sí.»
«¡Despierta, Henry! Son las cuatro menos cuarto, hora de que no te sobes más la
picha y te pongas los calcetines.»
Era una voz más fuerte e inmediata que las demás, tanto que casi las silenciaba.
Parecía salida de un walk-man con pilas nuevas y el volumen en diez. La voz de
Owen Underhill. Él era Henry Devlin; y, si pensaban intentarlo, era el momento.
Henry se levantó con una mueca, porque le dolía todo: piernas, espalda, hombros y
cuello. Donde no le dolían los músculos le picaba horrores el byrus, que se
propagaba. Antes de dar el primer paso en dirección a la ventana sucia, se sentía
como un hombre de cien años. Después de haberlo dado, aumentó la estimación a
ciento diez.
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