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Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA. | F. V. R.
De cuando María Jacinta hizo llamar a Jacinto Gómez a la jefatura
civil del pueblo
J
acinto Gómez y la señora María Jacinta estuvieron por muchos años unidos
maritalmente, llegando como pareja a procrear varios hijos, con los cuales hemos
mantenido una relación sincera y de mutuo respeto; pero sucedió que por esas
desavenencias de pareja, María Jacinta decidió dar por terminada aquella relación
marital; más Jacinto no se resignaba a aceptar tal separación, por lo que no cesaba en
buscarla por todas partes para, a través del diálogo, tratar de convencerla de la necesidad de
volver a sostener aquella unión que por años los dos habían mantenido. Era tanto el acoso
que Jacinto le tenía a esta buena mujer, que María optó por buscar a alguien que la
aconsejara y en el vecindario la instruyeron para que lo hiciera llamar a la Jefatura Civil del
pueblo, donde debían firmar una fianza, mediante la cual el señor Jacinto Gómez se
comprometería a no molestar a la señora María Jacinta ni hostigarla más.
El señor Telésforo de los Reyes Rodríguez Marín, quien ejercía para la época la
primera autoridad civil del pueblo de Altagracia, después de oír las querellas de la señora
María, procedió a citar al señor Jacinto Gómez, para lo cual instruyó al único agente de
policía que allí laboraba, Juan Casimiro Ordaz, de manera que procediera a citar al presunto
hostigador, señor Jacinto, para el día lunes de la venidera semana, ya que la queja de la
señora María fue interpuesta un día viernes en horas de la tarde.
Bien, ese lunes siguiente, a eso de las siete y treinta am, el señor Jacinto Gómez
hizo acto de presencia ante la sede de la prefectura oficial del pueblo; aún el ciudadano Jefe
Civil no había acudido a su despacho, por cuanto era costumbre del susodicho prefecto
cumplir su horario de trabajo a partir de las ocho hasta las doce del mediodía.
Jacinto esperaba pacientemente sentado en la silla que el único agente de guardia le
había proporcionado, siempre revolviendo su tabaco que, sin encender, por costumbre
Jacinto mantenía entre sus labios.
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