Page 21 - Osho - El Equilibrio Cuerpo Mente_Lucid
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lleve, porque será a tu hogar.
                          Si la humanidad entera aprendiera a relajarse en lugar de
                   pelear, a dejarse llevar en lugar de esforzarse, existiría un gran
                   cambio en la calidad de la consciencia. Gente relajada, simplemente
                   moviéndose en silencio con la corriente del río, sin metas propias,
                   sin egos…
                          Flotando de manera tan relajada, no puedes tener ningún
                   ego. El ego necesita esfuerzo: tienes que hacer algo. El ego es
                   hacedor, y para flotar tienes que convertirte en no-hacedor. En tal
                   inacción, quedarás sorprendido de cómo empiezan a disminuir tus
                   sufrimientos y ansiedades, y cómo empiezas a estar a gusto con lo
                   que sea que tenga que ofrecerte la existencia.
                          Un místico sufí viajaba una vez…
                          Y cada noche le daba gracias a la vida: “Por todo lo que has
                   hecho por mí y yo no he sido capaz de corresponderte, nunca seré
                   capaz de hacerlo”. Sus discípulos estaban algo fastidiados ya que a
                   veces les resultaba difícil sobrevivir.
                          El místico sufí era una persona rebelde. Esta vez tuvieron que
                   enfrentarse a la prueba de pasar tres días sin comida, ya que en los
                   pueblos por donde pasaban se negaban a darles nada por no ser
                   mahometanos ortodoxos. Se habían unido a un grupo rebelde entre
                   los sufíes. Las gentes se negaban a darles abrigo por la noche, así
                   que dormían en el desierto. Tenían hambre y sed y así pasaron tres
                   días. En la oración nocturna, el místico le confesó de nuevo a la
                   vida: “Estoy tan agradecido. Has hecho tanto por nosotros y no
                   podemos corresponderte”.
                          Uno de los discípulos exclamó: “Esto es demasiado. ¿Dinos
                   qué ha hecho la vida por nosotros en estos tres días? ¿Qué motivo
                   tienes para darle tanto las gracias?”.
                          El anciano sonrió y dijo: “Tú todavía no te das cuenta de todo
                   lo que la vida ha hecho por nosotros. Estos tres días han sido muy
                   significativos para mí. Tenía hambre, tenía sed, no teníamos abrigo,
                   fuimos rechazados, condenados. Nos arrojaron piedras. Mientras
                   tanto yo estuve observando en el interior de mí mismo: no surgió
                   ira. Por lo que le estoy agradecido a la existencia. Sus presentes
                   son inapreciables. Nunca podré pagarlos. Tres días de hambre, tres
                   días de sed, tres días sin dormir, la gente arrojando piedras… y aun
                   así no he sentido animosidad alguna, ninguna ira, ningún odio,
                   ningún fracaso o decepción. Debe ser su misericordia; debe ser la
                   existencia que me apoya.
                          “En estos días se me han revelado tantas cosas que habrían
                   permanecido ocultas si se nos hubiera ofrecido alimento, abrigo, si
                   nos hubieran dado la bienvenida, si nos hubieran arrojado piedras. ¿
                   Y tú me preguntas por qué le doy gracias a la vida? Hasta
                   moribundo le daré las gracias porque aun ante la muerte sé que la
                   existencia me va a revelar misterios como me los ha estado
                   revelando en la vida, porque la muerte no es su fin, sino su punto
                   culminante”.
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