Page 163 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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EL HECHIZO DE LA MORTALIDAD
                                   Para vencer la ilusión de la muerte



               El campo unificado está dentro de nosotros, andándonos al mundo atemporal con cada aliento, cada
               pensamiento,   cada  acto.  Algunas  personas   son  mucho   más   conscientes  que  otras  de  esta
               vinculación;  para  ellas  la  muerte  se  ha  vuelto  mucho  menos  amenazadora.  En  su  juventud,  en  las
               cimas de la mala salud y la depresión, Einstein escribió a un íntimo amigo: «Me siento hasta tal punto
               parte de toda la vida que no me preocupan en absoluto el principio o el fin de la existencia concreta
               de cualquier persona en particular, dentro de este río sin fin.»
                  Esta sensación de ser uno con las cosas brinda seguridad y ausencia de amenaza. Si albergar una
               amenaza dentro de nosotros es lo que da origen al envejecimiento, no podemos permitirnos el lujo de
               vivir con nuestro actual miedo a la muerte. En realidad, la muerte no es la fuerza todopoderosa que
               nos  presenta  nuestro  miedo.  En  la  Naturaleza,  la  muerte  es  parte  de  un  ciclo  más  amplio  de
               nacimiento y renovación. Las semillas de este año brotan, crecen, florecen y dan origen a las semillas
               del año próximo. Los ciclos de incesante renovación no están más allá de la muerte: la incorporan,
               utilizándola  para  un  propósito  más  elevado.  Lo  mismo  ocurre  dentro  de  nuestro  cuerpo.  Muchas
               células sobrellevan el envejecimiento y la muerte por elección, no porque el sombrío personaje de la
               guadaña las haya obligado a la extinción.
                  Hasta suponer que exista la muerte es una verdad a medias, pues en ti hay muchos planos que
               nada  saben  de  extinción.  Tus  átomos  tienen  miles  de  millones  de  años  y  les  queda  otro  tanto  por
               vivir.  En  el  futuro  remoto,  cuando  se descompongan en partículas más pequeñas, no morirán, sino
               que se transformarán en otra configuración de energía. Los átomos no son, para empezar, otra cosa
               que  energía  transformada;  sin  embargo,  no  decimos  que  la  «sopa  de  energía»  primordial  murió  al
               encerrarse en modelos ordenados de hidrógeno, helio y otros elementos. La gravedad y sus fuerzas
               subatómicas   afines,  que  mantienen  unido  tu  cuerpo,  no  morirán  jamás,  aunque  en  algún  futuro
               incognoscible  puedan  volver  a  los  campos  de  fuerza  mayores  que  les  dieron  origen  en  la  Gran
               Explosión.  Ya  que  estamos  compuestos   de  ingredientes  inmortales,  ¿por  qué  no  vernos  bajo  la
               misma luz?

                  En el puño de la ilusión

               Para liberarte del puño de la muerte, debes comprender que se basa en una visión muy selectiva de
               la  realidad,  que  te  fue  inculcada  antes  de  que  pudieras  elegir  conscientemente.  Retrocede
               mentalmente a aquel momento de tus primeros años en que descubriste que existía la muerte. Por lo
               general,  esos  primeros  enfrentamientos  son  muy  impresionantes.  Un  niño  de  cuatro  años  queda
               estupefacto  al  despertar,  una  mañana,  y  encontrarse  con  que  el  canario,  el  gato  o  el  perro  han
               dejado, simplemente, de estar vivos. ¿Qué pasó? ¿Dónde fue mi mascota?
                  Rara vez los padres pueden dar una buena respuesta a esas preguntas. Dicen algo así como: «Tu
               mascota ha ido al cielo, para estar con Dios.» Esto no suele arreglar las cosas. Decir que un animalito
               querido fue al cielo transmite lo que los padres querrían que fuera la verdad, pero por dentro temen a
               la muerte tanto como los niños, y la entienden igualmente poco. Los niños pequeños tienen buenas
               antenas para percibir las dudas y evasiones de sus padres. Las lágrimas cesan y el dolor se calma,
               pero en un plano más profundo nace una vaga sospecha: «Esto quizá podría ocurrirme a mí.»
                  Más adelante, cuando el niño tiene entre cuatro y seis años, los padres confirman que la temible
               insinuación es verdad. «La abuela murió y se ha ido al cielo; algún día tú también morirás, y también
               mamá y papá.» Tal vez no recuerdes ese momento; muchos niños prefieren negarlo y juran ser como
               Peter  Pan,  jóvenes  para  siempre;  pero  importa  poco  que  lo  recuerdes  o  no.  Algunos  psicólogos
               argumentan   que,  en  el  momento  en  que  te  enfrentaste  a  la  muerte,  adquiriste  una  idea  que  tiene
               presa a la humanidad desde hace siglos. Tu creencia en la muerte como extinción condena tu cuerpo
               a decaer, envejecer y morir, tal como lo hicieron tantos otros antes que tú de la misma manera.
                  No es la muerte lo que nos hace sufrir, sino el miedo a su inevitabilidad. Todos sentimos un dolor
               sordo,  un  hueco  en  el  corazón,  abierto  allí  cuando  murió  el primer ser querido en nuestra vida. Allí
               quedó un vacío que llenó el miedo; como desde entonces no lo ha llenado ninguna otra cosa, aún no
               hemos podido enfrentarnos a la muerte. La pérdida es la causa de inquietud más potente y también la
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