Page 167 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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               reconocer. Aunque nos consideramos víctimas de la ancianidad y la muerte, la cruda verdad es que,
               para muchos de nosotros, envejecer y morir son el único escape de una vida insatisfactoria. Esos mo-
               tivos  escapistas  desempeñan  un  papel  importante,  según  creo,  en  el  fenómeno  de  la  muerte  por
               jubilación prematura que analizamos en la Primera Parte. Otra variante de este tema es la «muerte de
               aniversario»,  por  la  que  una  persona  muere  en  la  misma  fecha  en  que  enviudó  o  perdió  a  un  hijo
               amado. Ciertos estudios de comunidades chinas y judías han revelado que la tasa de mortalidad cae
               dramáticamente justo antes de las fechas religiosas importantes, sólo para elevarse inmediatamente
               después. La gente espera festejar un Año Nuevo más, otra Pascua, antes de dejarse llevar. No hace
               falta un estudio para indicarnos que la gente se aferra a la vida cuando está en juego algo querido.
                  El ejemplo más reciente que he visto ocurrió entre un anciano, víctima de varias trombosis graves,
               y su nieto. El hombre, finalmente incapacitado, fue internado en un hospital con pocas esperanzas de
               volver a su casa. Permanecía en un estado débil, semiconsciente; cuando recobraba alguna lucidez y
               podía hablar, señalaba la foto de su nieto murmurando: «¿Dónde está? ¿Dónde está?»
                  Los hijos del moribundo llamaron al nieto, que viajó apresuradamente a Boston. Cuando llegó al
               hospital el anciano experimentó un cambio. Sonrió, acariciando al joven que tanto significaba para él.
               Tomados de la mano, conversaron en voz baja, solos y juntos durante la mayor parte del día. Cuando
               el nieto se fue, con intenciones de volver por la mañana, todo el mundo le dijo que su abuelo parecía
               estar  mucho  mejor.  Dos  horas  después  el  anciano  murió  mientras  dormía.  Cuando  pienso  en  este
               incidente,  me  pregunto  qué  esperanzas  tienen  los  investigadores  de  cuantificar  las  fuerzas  que
               sustentan  la  vida  mientras  hay  una  esperanza  o  un  amor  que  esperar.  Desde  fuera  no  podemos
               saber  con  certidumbre  a  qué  responde  el  cuerpo  de  una  persona.  Todo  el  asunto  es  demasiado
               personal.
                  Hace varios años, cuando Final Exit («Última salida»), manual sobre el suicidio, se convirtió en un
               éxito  de  ventas,  su  público  principal  se  componía  de  personas  afectadas  por  una  enfermedad
               incurable o un dolor crónico, físico o emocional. La forma lenta que la Naturaleza ofrece para suici-
               darse,  el  envejecimiento,  no  les  parecía  suficientemente  rápida.  Por  horrendo  que  esto  pueda
               parecer, toda una vida de dolor y enfermedad sería aún más horrenda sin alguna liberación. «Si no
               fuera por la muerte —dijo cierto gurú indio a sus discípulos—, todos nos condenaríamos a la senilidad
               eterna.»
                  Aun  sin  senilidad,  la  vida  puede  acabarse,  simplemente.  «Espero  con  ganas  la  muerte  —dijo
               Redden Couch, agricultor retirado de Port Angeles, Washington—•, por todas las cosas que he hecho
               y  que  ya  no  puedo  hacer.  No  temo  a  la  muerte  en  absoluto.  Si  me  tocara  morir  ahora  mismo,  me
               parecería  bien.  En  cualquier  momento  estoy  dispuesto.»  Estas  palabras,  ¿expresan  resignación,
               serenidad,  apatía,  coraje,  derrota?  No  podemos  saberlo.  En  realidad,  Redden  Couch  hizo  esta
               declaración  al  cumplir  los  100,  y  aún  estaba  vivo  a  los  104  años.  Pese  a  sus  palabras,  su  yo  más
               profundo parecía tener más que vivir.
                  Todos estos ejemplos demuestran que la vida no tiene un solo valor, sea positivo o negativo. Morir
               es una forma de cambio y, como tal, debe ser vista dentro del marco más amplio del no cambio. «La
               gente tiene una idea equivocada de la muerte —me comentó Maharishi, cierta vez—. La ve como un
               final, pero en realidad es un principio.» Se puede tomar esto como artículo de fe, pero para mí es la
               expresión  realista  de  un  hecho.  En  el  flujo  de  la  vida,  la  destrucción  nunca  se  queda  con  la última
               palabra; en cada oportunidad, la creación saca un Fénix de las cenizas. Toda célula sabe cómo di-
               vidirse para formar dos células; todo átomo destrozado puede reagruparse en átomos nuevos; a cada
               pensamiento   sigue  una  nueva  inspiración.  ¿Cómo,  pues,  podemos  aprender  a  vivir  dentro  de  esta
               continuidad que es el todo de la vida? ¿Qué hay de la devastación emocional de un padre cuando
               pierde a un hijo, de una esposa cuando muere su marido?
                  Estos sentimientos son naturales, por supuesto; hay dolor en la pérdida de cualquier ser amado.
               Pero  el  dolor  no  tiene  por  qué  ser  profundo  y  duradero,  si  hemos  absorbido  la  realidad  de  la  vida
               como flujo eterno en el que no hay pérdidas ni ganancias- sólo transformación. Shakespeare escribió,
               en uno de sus sonetos: «Lloro por tener lo que temo perder»; tal es el resultado inevitable del apego a
               la conciencia ligada con el tiempo. El nuevo paradigma sostiene que la conciencia es la fuente de la
               realidad;  de  la  conciencia  ligada  con  el  tiempo  y  de  la  atemporal  surgen  dos  tipos  de  realidad
               totalmente distintos.
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