Page 29 - ESPERANZA PARA UN MUNDO EN CRISIS
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El descubrimiento de la vacuna definitiva    25


                   libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte?”, no nos
                   deja la pregunta abierta, sino que responde a su pregunta de manera
                   triunfante: “¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro
                   Señor” (Romanos 7:24, 25). Hay un Médico que tiene la medicina para
                   el virus del pecado. Jesús dio su vida a fin de que la curación estuviera
                   disponible para nosotros.
                      El médico divino se sacrificó para librarnos del poder del virus del
                   pecado. Se enfrentó a las tentaciones de Satanás y salió victorioso. Él
                   satisface las demandas de la Ley que nosotros hemos violado. Sufrió
                   nuestra muerte para que nosotros podamos vivir la vida que le perte-
                   nece a él. La Cruz revela al Universo hasta dónde estuvo dispuesto a
                   llegar Cristo para salvarnos.
                      La Biblia nos dice que Cristo “mismo cargó nuestros pecados sobre
                   su cuerpo en la cruz” (1 S. Pedro 2:24). La cruz del Calvario revela un
                   amor que va más allá de la comprensión humana. Al contemplar al
                   Hijo de Dios crucificado, podemos unirnos con el apóstol Pablo, quien
                   dijo: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
                      No merecemos la gracia de Cristo. No tenemos ningún mérito que
                   nos permita obtenerla. Él experimentó toda la ira del Padre; es decir,
                   el juicio contra el pecado. Fue rechazado para que nosotros fuésemos
                   aceptados. Sufrió nuestra muerte para que nosotros pudiéramos vivir
                   la vida que le pertenece. Usó una corona de espinas para que noso-
                   tros pudiéramos llevar una corona de gloria. Fue clavado sobre sus
                   pies, sufriendo un dolor insoportable en la Cruz, para que nosotros
                   pudiéramos reinar en un trono con los redimidos de todas las edades.
                   Vistió túnicas de vergüenza para que nosotros pudiéramos vestirnos
                   con ropa regia para siempre.
                      La mayor de todas las maravillas, la mayor de todas las fascina-
                   ciones, es que, incluso en medio de nuestra vergüenza y nuestra cul-
                   pa, Jesús no nos rechazó. Nos buscó en el amor para aceptarnos. ¡Es
                   el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”! (S. Juan 1:29).
                   En el Santuario del Antiguo Testamento, el cordero a punto de morir
                   representaba el cuerpo herido, quebrantado y sangriento de nuestro
                   Salvador. Bien entendidos, estos sacrificios apuntaban a la cruda Cruz
                   en el futuro. Hablaban de clavos y una corona de espinas. Hablaban de
                   un juicio mentiroso, de la agonía del madero, de la burla de los soldados
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