Page 47 - ESPERANZA PARA UN MUNDO EN CRISIS
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Mantente saludable en un planeta enfermo 43
exhausta, demacrada y débil. Lo peor de todo era que ya no podía sen-
tir el cálido abrazo de los demás. Ya no podía disfrutar del toque de
un niño. Se sentía desanimada, deprimida y desesperada. Quería estar
bien. Ansiaba curarse, pero nada parecía funcionar.
El Evangelio de San Marcos informa lo siguiente: “Había sufrido
mucho con varios médicos” (versículo 26). Aquellos que se suponía que
la ayudarían solo le hacían más daño. Ella “había sufrido mucho con va-
rios médicos”. La cura que ofrecían solo había empeorado su situación.
Había gastado todos sus ahorros reunidos con esfuerzo en las supues-
tas curas de esos charlatanes.
No solo estaba desesperada, sino también desprovista de toda
esperanza; no solo desanimada, sino en total angustia. La oscuridad
envolvía su vida. Había gastado el dinero en los médicos, que solo em-
peoraban su situación.
Sin embargo, encontró a Jesús, el Médico de los médicos. Una gran
multitud rodeaba al Salvador. Mientras avanzaba lentamente por el ca-
mino estrecho y rocoso, cientos de personas lo cercaban y apretujaban.
La pobre mujer intentó a toda costa acercarse lo suficiente como para
recibir sanación. Jesús había hecho milagros por otras personas. ¿Lo
haría por ella también? El Evangelio de San Marcos revela su desespe-
ración en las siguientes palabras: “Si tan solo tocara su túnica, quedaré
sana” (versículo 28).
Como médico, Lucas destaca la terrible condición de salud de esa
mujer. En el capítulo 8, versículo 43, de su Evangelio, dice: “Sin que nadie
pudiera sanarla” (NVI). No se pudo encontrar terapia para ella. Nada de
lo que había intentado funcionaba. Jesús era su última y única esperanza
de ayuda. Si él no podía ayudarla, estaría condenada a una vida de dolor
constante y enfermedad continua. Se abrió paso entre la multitud, cre-
yendo que, si solo tocaba el borde del manto de Cristo, se curaría.
Después de mucho intentarlo, ella pudo alcanzar y tocar rápida-
mente el borde de la túnica de Jesús. En ese toque, concentró todas
sus esperanzas. Y Jesús se dio cuenta de eso. El poder curativo flu-
yó hacia el cuerpo de esa mujer. La enfermedad se fue. Ella se sanó
milagrosamente.
Entonces, Jesús le hizo una declaración notable: “Hija, tu fe te
ha sanado. Ve en paz” (versículo 48). Ella no era solo una cara sin