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nombre en la multitud. No era una mera estadística humana. Jesús
la llama hija. Y la alienta con las palabras: “Tu fe te ha sanado. Ve en
paz” (versículo 48).
La palabra “sanar” se usa más de cien veces en el Nuevo Testamento
y, en la mayoría de los casos, se traduce como “salvación”. Jesús decla-
ró que esa mujer estaba llena nuevamente. La fe que ella demostró se
apropió de la realidad de la divinidad de Cristo. Él, en su amorosa mi-
sericordia, extendió la gracia a esa mujer desesperada y desprovista de
esperanza, y la hizo recuperar su salud. Ella fue sanada física, mental,
emocional y espiritualmente. Esta es la obra de Jesús. Nuestra salud to-
tal es importante para Jesús, porque somos importantes para él. Cristo
quiere que tengamos la vida más plena posible en este mundo de enfer-
medad, sufrimiento y muerte.
Restauración: el objetivo de la vida de Jesús
La meta de Jesús es restaurar su imagen en la humanidad, a tra-
vés del evangelio. Esta restauración incluye nuestra curación física,
mental, emocional y espiritual. En San Juan 10:10, Jesús reveló su plan
para cada uno de nosotros: “El propósito del ladrón es robar y matar y
destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante”. El diablo
quiere destruir nuestra salud, mientras que Jesús quiere restaurarla. El
diablo quiere desanimarnos; Jesús quiere animarnos. El diablo quiere
destruirnos; Jesús quiere edificarnos. El diablo quiere que nos enferme-
mos; Jesús quiere nuestra salud. Jesús está interesado en nuestra vida
como un todo. Él anhela que estemos físicamente saludables, mental-
mente despiertos y espiritualmente bien.
El apóstol Pablo destaca la necesidad de que la santidad involucre
toda nuestra vida: “Ahora, que el Dios de paz los haga santos en to-
dos los aspectos, y que todo su espíritu, alma y cuerpo se mantenga
sin culpa hasta que nuestro Señor Jesucristo vuelva” (1 Tesalonicenses
5:23). Jesús anhela que cada aspecto de nuestra naturaleza sea santifi-
cado por el poder de su Espíritu. El apóstol Pablo enfatiza este pensa-
miento una vez más en la Epístola a los Romanos: “Con los ojos bien
abiertos a las misericordias de Dios, les ruego, mis hermanos, como
un acto de adoración inteligente, que le entreguen su cuerpo como
un sacrificio vivo, consagrado a él y aceptable por él. No dejen que el