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¿QUIÉN, A QUIÉN?

               alguien. Pero, ¿cómo puede utilizar y cómo utilizará este poder? ¿Qué prin-
               cipios le guiarán o deberán guiarle? ¿Hay una contestación definida para las
               innumerables cuestiones de méritos relativos que surgirán y que habrán de
               resolverse expresamente? ¿Hay una escala de valores que pudiese contar con
               la conformidad de las gentes razonables,que justificaría un nuevo orden jerár-
               quico de la sociedad y presentaría probabilidades de satisfacer las demandas
               de justicia?
                  Sólo hay un principio general,una norma simple,que podría,ciertamente,
               proporcionar una respuesta definida para todas estas cuestiones: la igual-
               dad,la completa y absoluta igualdad de todos los individuos en todos los puntos
               que dependan de la intervención humana. Si la mayoría la considerase de-
               seable (aparte de la cuestión de si sería practicable, es decir, si proporciona-
               ría incentivos adecuados), daría a la vaga idea de la justicia distributiva un
               claro significado y proporcionaría al planificador una guía concreta.Pero está
               completamente fuera de la realidad suponer que la gente, en general, con-
               sidera deseable una igualdad mecánica de esta clase. Ningún movimiento
               socialista que ha propugnado una igualdad completa ganó jamás un apoyo
               sustancial. Lo que el socialismo prometió no fue una distribución absolu-
               tamente igualitaria, sino una más justa y más equitativa. No la igualdad en
               sentido absoluto, sino una «mayor igualdad», es el único objetivo que se ha
               propuesto seriamente.
                  Aunque estos dos ideales suenen como muy semejantes, son lo más dis-
               tinto que cabe, en lo que concierne a nuestro problema. Así como la igual-
               dad absoluta determinaría con claridad la tarea del planificador, el deseo de
               una mayor igualdad es simplemente negativo, no más que una expresión
               del disgusto hacia el presente estado de cosas.Y,en tanto no estemos dispues-
               tos a admitir que es deseable todo movimiento que lleve hacia la igualdad
               completa, difícilmente dará respuesta aquel deseo a ninguna de las cuestio-
               nes que el planificador tiene que resolver.
                  No es esto un juego de palabras. Nos enfrentamos aquí con una cuestión
               crucial que puede quedar oculta por la semejanza de los términos usados.
               Mientras que el acuerdo sobre la igualdad completa respondería a todos los
               problemas de mérito que el planificador tiene que resolver, la fórmula de la
               aproximación a una mayor igualdad no contestaría prácticamente a ninguno.
               El contenido de ésta es apenas más concreto que el de las frases «bien común»

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