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CAMINO DE SERVIDUMBRE
inmutable, como la de la igualdad, podría aceptarse lo mismo que se acep-
taría la suerte o una necesidad externa;pero que un puñado de personas pesara
a todos en la balanza y diese más a uno y menos a otro, sin más que su gusto
y juicio,sólo podría aceptarse de seres considerados sobrehumanos y apoya-
dos por terrores sobrenaturales.» 7
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Estas dificultades no condujeron a conflictos abiertos en tanto el socialis-
mo sólo fue la aspiración de un grupo limitado y perfectamente homogé-
neo. Salieron a la superficie cuando se intentó realmente una política socia-
lista con el favor de muchos grupos diferentes que componían la mayoría de
un pueblo. Pronto se plantea la candente cuestión de decidir cuál de los di-
ferentes conjuntos de ideales será impuesto a todos, poniendo a su servicio
los recursos enteros del país. La restricción de nuestra libertad respecto a las
cosas materiales afecta tan directamente a nuestra libertad espiritual,porque
el éxito de la planificación exige crear una opinión común sobre los valores
esenciales.
Los socialistas,progenitores cultos de una bárbara casta,esperaban tradi-
cionalmente resolver este problema por la educación. Pero, ¿qué significa la
educación a este respecto? Bien hemos aprendido que la ilustración no puede
crear nuevos valores éticos, que ninguna suma de conocimientos conducirá
a la gente a compartir las mismas opiniones sobre las cuestiones morales
que surgen de una ordenación expresa de todas las relaciones sociales. No
es la convicción racional, sino la aceptación de un credo, lo que se requiere
para justificar un particular plan. Y, como era lógico, los mismos socialistas
fueron los primeros en reconocer por doquier que la tarea que se echaron
sobre sí mismos exigía la general aceptación de una Weltanschauung común,
de un conjunto definido de valores. En sus esfuerzos para producir un mo-
vimiento de masas,apoyado en una concepción uniforme del mundo,los so-
cialistas fueron los primeros en crear la mayoría de los instrumentos de adoc-
trinamiento que con tanta eficacia han empleado nazis y fascistas.
7. J.S. Mill: Principles of Political Economy, libro II, capítulo I, § 4. [En el original, Hayek invir-
tió los números del libro y del capítulo, escribiendo Libro 1, capítulo 2. —Ed.]
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