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¿QUIÉN, A QUIÉN?

               más inveterado dudaría mucho antes de cargar con esta tarea a cualquier auto-
               ridad.Probablemente,todo el que comprende lo que ello envuelve preferiría
               confinar la planificación a la producción, usarla sólo para asegurar una
               «organización racional de la industria», abandonando, en todo lo posible, la
               distribución de las rentas a las fuerzas impersonales. Aunque es imposible
               dirigir la industria sin ejercer alguna influencia sobre la distribución, y
               aunque ningún planificador desearía entregar enteramente la distribución
               a las fuerzas del mercado, todos ellos preferirían, probablemente, limitarse
               a vigilar para que esta distribución se conformase con ciertas reglas genera-
               les de equidad y justicia, para que se evitasen desigualdades extremas y para
               que la relación entre las remuneraciones de las principales clases de la pobla-
               ción fuese justa, sin cargar con la responsabilidad de la posición de cada in-
               dividuo en particular dentro de su clase o de las gradaciones o diferencia-
               ciones entre pequeños grupos y entre individuos.
                  Ya hemos visto que la estrecha interdependencia de todos los fenóme-
               nos económicos hace difícil detener la planificación justamente en el punto
               deseado,y que,una vez obstruido allende cierto límite el libre juego del mer-
               cado, el planificador se verá obligado a extender sus intervenciones hasta
               que lo abarquen todo. Estas consideraciones económicas, que explican por
               qué es imposible parar el control deliberado allí justamente donde se de-
               searía, se ven grandemente reforzadas por ciertas tendencias políticas y
               sociales cuya influencia se hace sentir crecientemente conforme se extiende
               la planificación.
                  A medida que se hace más cierto, y más se reconoce, que la posición del
               individuo no está determinada por fuerzas impersonales, ni como resultado
               de los esfuerzos de muchos en competencia, sino por la deliberada decisión
               de la autoridad, la actitud de las gentes respecto a su posición en el orden
               social cambia necesariamente.Siempre existirán desigualdades que parecerán
               injustas a quienes las padecen, contrariedades que se tendrán por inmere-
               cidas y golpes de la desgracia que quienes los sufren no han merecido. Pero
               cuando estas cosas ocurren en una sociedad deliberadamente dirigida,la reac-
               ción de las gentes será muy distinta que cuando no hay elección consciente
               por parte de nadie.
                  La desigualdad se soporta,sin duda,mejor y afecta mucho menos a la digni-
               dad de la persona si está determinada por fuerzas impersonales que cuando

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