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CAMINO DE SERVIDUMBRE

                  un cierto nivel de vida. Cuando se trata de ayudar a personas cuyos há-
                  bitos de vida y formas de pensar nos son familiares, o de corregir la distri-
                  bución de las rentas o las condiciones de trabajo de gentes que nos pode-
                  mos imaginar bien y cuyos criterios sobre su situación adecuada son, en
                  lo fundamental, semejantes a los nuestros, estamos generalmente dispues-
                  tos a hacer algún sacrificio. Pero basta parar mientes en los problemas que
                  surgirían de la planificación económica aun en un área tan limitada como
                  Europa occidental, para ver que faltan por completo las bases morales de
                  una empresa semejante. ¿Quién se imagina que existan algunos ideales co-
                  munes de justicia distributiva gracias a los cuales el pescador noruego
                  consentiría en aplazar sus proyectos de mejora económica para ayudar a
                  sus compañeros portugueses, o el trabajador holandés en comprar más cara
                  su bicicleta para ayudar a la industria mecánica de Coventry, o el campe-
                  sino francés en pagar más impuestos para ayudar a la industrialización de
                  Italia?
                     Si la mayoría de las gentes no están dispuestas a ver la dificultad, ello
                  se debe sobre todo a que,consciente o inconscientemente,suponen que serán
                  ellas quienes arreglen para todos estas cuestiones, y a que están convenci-
                  das de su propia capacidad para hacerlo de un modo justo y equitativo. El
                  pueblo inglés,quizá aún más que otros,comienza a comprender lo que signi-
                  fican estos proyectos cuando se le advierte que puede no ser más que una
                  minoría en el organismo planificador y que las líneas fundamentales del
                  futuro desarrollo económico de Gran Bretaña pueden ser determinadas por
                  una mayoría no británica. ¿Cuántos ingleses estarían dispuestos a some-
                  terse a la decisión de un organismo internacional, por democráticamente
                  constituido que estuviese, el cual tuviera poder para decretar que el desarro-
                  llo de la industria siderúrgica española tendría preferencia respecto a la del
                  sur de Gales, que la industria óptica debería concentrarse en Alemania y
                  excluirse de Gran Bretaña, o que Gran Bretaña sólo podría importar gaso-
                  lina refinada, reservándose para los países productores todas las industrias
                  relativas al refino?
                     Imaginarse que la vida económica de una vasta área que abarque muchos
                  pueblos diferentes puede dirigirse o planificarse por procedimientos demo-
                  cráticos, revela una completa incomprensión de los problemas que surgirían.
                  La planificación a escala internacional, aún más de lo que es cierto en una

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