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INTRODUCCIÓN
dan ahora tan irresistible ímpetu comenzaran a ver lo que sólo unos pocos
adivinan, ¿no es posible que retrocederían horrorizadas y abandonarían el
deseo que durante medio siglo ha movido a tantas gentes de buena volun-
tad? A dónde nos conducirá esta común creencia de nuestra generación, es
un problema, no para un partido, sino para todos y cada uno de nosotros, un
problema de la más trascendental significación. ¿Cabe imaginar mayor tra-
gedia que esa de nuestro esfuerzo por forjarnos el futuro según nuestra vo-
luntad, de acuerdo con altos ideales, y en realidad provocar con ello in-
voluntariamente todo lo opuesto a lo que nuestro afán pretende?
Hay un motivo todavía más acuciante para empeñarnos ahora en compren-
der las fuerzas que han creado el nacionalsocialismo: que ello nos permitirá
comprender a nuestro enemigo y lo que nos estamos jugando. No puede
negarse que sabemos poco acerca de los ideales positivos por los cuales lu-
chamos. Sabemos que luchamos por la libertad para forjar nuestra vida de
acuerdo con nuestras propias ideas. Es mucho, pero no bastante. No es sufi-
ciente para darnos las firmes creencias necesarias a fin de rechazar a un enemigo
que usa la propaganda cómo una de sus armas principales, no sólo en sus
formas más ruidosas, sino también en las más sutiles. Todavía es más insu-
ficiente cuando tenemos que contrarrestar esta propaganda entre las gentes
de los países bajo su dominio y en otras partes,donde el efecto de esta propa-
ganda no desaparecerá con la derrota de las potencias del Eje.No es suficiente
si deseamos mostrar a los demás que aquello por lo que luchamos es digno
de su apoyo, y no es suficiente para orientarnos en la construcción de una
nueva Europa a salvo de los peligros bajo los que sucumbió la vieja.
Es un hecho lamentable que los ingleses, en sus tratos con los dictado-
res antes de la guerra, no menos que en sus ensayos de propaganda y en la
discusión de sus fines de guerra propios, hayan mostrado una inseguridad
interior y una incertidumbre de propósitos que sólo pueden explicarse por
una confusión sobre sus propios ideales y sobre la naturaleza de las dife-
rencias que los separan del enemigo. Nos hemos extraviado, tanto por ne-
garnos a creer que el enemigo era sincero en la profesión de algunas de las
creencias que compartimos como por creer en la sinceridad de otras de sus
pretensiones. ¿No se han engañado tanto los partidos de izquierdas como
los de derechas al creer que el nacionalsocialismo estaba al servicio de los
capitalistas y se oponía a todas las formas del socialismo? ¿Cuántos aspectos
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