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Cuentos





                     Eugenio Mario García Ysla




                                                           La misión







                        e detuvo unos segundos en el umbral de la puerta. Miró a la izquierda y luego a la derecha.
                     SDespués, con pasos largos y apurados en�iló su andar hacia una de las esquinas, viró a la
                     izquierda, avanzó una cuadra y volteó esta vez a la derecha. Se detuvo a mitad de camino frente
                     a una tienda de electrodomésticos y mientras �ingía contemplar los aparatos, escudriñaba en
                     el re�lejo del escaparate si alguien lo seguía. Luego continuó su ansioso recorrido hasta llegar a
                     un paradero y subió a un bus, se bajó tres cuadras más allá y trepó a otro, esta vez con dirección
                     al distrito de San Luis.
                            Un tanto aliviado pudo relajar el cuerpo sobre el respaldar del asiento que había ocupado
                     al fondo del vehículo, aunque la incertidumbre sobre si había aplicado de manera correcta las
                     tácticas de distracción y de cómo perder al enemigo de  los manuales de instrucción no se
                     desvanecía del todo. Entonces le cayó la fatiga encima y el sueño lo quiso embriagar, pero los
                     evitó. Sacudió enérgicamente la cabeza y para distraerse hasta llegar a su destino �ijó su mirada
                     a través de las ventanas del trasporte en las agraciadas chicas que indiferentes transitaban por
                     las veredas.

                                                               ***

                            Un par de horas después se encontraba echado sobre un desvencijado colchón dentro
                     del oscuro cuarto que le servía de habitación. En esa actitud, con los ojos cerrados y las manos
                     entrelazadas en la nuca, empezó a repasar lo hecho durante el día. En realidad, ese día no había
                     sido sino uno más de los tantos que como eslabones fueron acumulándose sin tener conciencia
                     de ellos. Calculaba que había trascurrido más de cinco meses y dos días, tal vez menos o más,
                     no estaba seguro, en esa preparación extenuante, pero imprescindible, como se lo hicieron
                     comprender, para culminar con éxito la misión. Tarea que, en ciertos momentos, lo hacían
                     sentir valioso, como nunca lo había experimentado. Entonces una sonrisa pareció dibujarse
                     en su rostro. Sensación extraña porque el buen ánimo no era una costumbre en su existencia.   75
                     Abundaban más los momentos de desazón y desgano, que achacaba a su congénito espíritu
                     y voluntad enfermizos que lo arrullaban en el tedio. Incluso, en periodos extremos, sentía la
                     necesidad de abandonar todo y perderse en la bruma del olvido y en su nihilismo impenitente.
                     Precisamente,  estando  en  estos  avatares  mentales,  empezó  a  deshilvanar  la  madeja  en  la
                     que estaba ovillado y en una retrospectiva pretendió hallar el momento preciso en el que se
                     embarcó en la historia que estaba por concluir.

                                                               ***

                            Empezó el día que un par de dirigentes universitarios lo abordaron a la salida de la
                     facultad.  Ya  los  conocía  y  sabía  de  sus  actividades,  pero  siempre  se  mantuvo  al  margen.
                     Varias veces se le acercaron para conversar, pero supo esquivarlos, pues él había ingresado
                     a la universidad con la intención de estudiar y lograr una carrera, idea que quiso mantener
                     férreamente,  sin  embargo,  como  tantas  veces,  sus  intenciones  se  desvanecieron  en  breve
                     tiempo y terminó convencido que los estudios no eran su destino; las clases lo aburrían y
                     menos comprendía las exposiciones de los profesores a quienes acusaba, a modo de excusa, de
                     demasiado académicos. Terminó deambulando por los salones de la facultad sin rumbo �ijo. Se
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