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Cuentos



                           Quiso frenar, «¡chucha!», girar a la loca el descontrolado timón y esquivar el fatídico cho-
                     que, «¡recontra-chucha!»; pero tremendamente fallón y estúpido el mísero degenerado, se en-
                     caramó de a cheque a la vereda llevándose una cabina telefónica de encuentro, y más salado
                     que un plato de cancha en mitad del desierto, ¡¡pum!!, le ampayó de rebote la única balita perdi-
                     da y sin asco se hospedó como una intrusa ladilla en el fondo de su insensible y reseco corazón
                     y ya no tuvo re�lejos ni tiempo para arrepentirse de sus copiosos pecados y menos para pedirle
                     perdón a mi santísima madre enterrada a mil leguas bajo tierra ni encomendarse al Taytito
                     eterno y bendito, porque ahí nomás se empotró contra el hormigón del puente y estiró la pata;
                     pero unos segundos antes de irse de mitra y derechito a la gusanera de los in�iernos dejó esca-
                     par un «¡gran-puta-de-su-madre...!», frente a la noche de epita�ios indignos.

                           Infatigable cronista de este archisaqueado país de las maravillas, de combativa vena
                     insurgente y galgo azote de la cólera de Dios, estrujo y desgarro el himen de las musas del
                     «justo reparto», y en los pliegues mancillados de la flor de retama olfateo con rabiosa devo-
                     ción el luto penitente de los huérfanos y las viudas insomnes al otro lado de la guerra sucia.
                     Siempre aposté por el bien y el mañana, una serena confiscación de alas al final del viaje:
                     acariciar los laureles en el equilibrio de la paz cortejando con besos y abrazos al núcleo
                     devastador del hongo atómico.

                           Yo fui en el pasado Arcángel y demiurgo. Volaba de planeta en planeta con mis terrenales
                     despojos y sagaz heraldo de un «Nuevo y buen gobierno» sin servilismos ni fronteras, cons-
                     tructor de una escalera en espiral hacia cielo de la cordura y acérrimo �iscalizador de promesas
                     sin retoños en esta hipócrita sociedad de ágil consumo con mucho humo. Hace dos mil años le
                     prendí fuego a mi alma en la otra vida, y como un visionario de plaza y de cantina desenterré
                     mis alas en la isla de Patmos y vine a caer de casualidad en esta horrorosa ciudad del hambri-
                     cidio adoctrinada por los «doce apóstoles» del codicioso curul y el cuerno malicioso del infame
                     servinacuy. Después descendí a sofocar las candelas del in�ierno; los cuatro jinetes del apoca-
                     lipsis peruano se repartieron mis despojos por todos los rechuchaysuyos de este expoliado
                     Peruantinsuyo y ya jamás dejaron de joderme.

                           Ahora escribo y descifro sobre el asfalto y las veredas de las calles limeñas oscuros signos
                     de profecías y cábalas y media sobre mitologías de palo y �iloso�ías de arena, pero en un enfer-
                     mizo afán por hurtarle el fulgor a las estrellas le pongo un candado a la voracidad de la noche,
                     me enclaustro en mi pequeño taller de espiritosos brebajes y papeles en blanco, y poseído por
                     la fórmula secreta que atesoran los iconoclastas poetas, rebalso los límites de la creación y me
                     reparto por las vertientes del paraíso en feliz restauración y en los esponsales del poder y la   79
                     liberación escarbo con la lengua de carbón catálogos de insurrección y somníferos de ilusión
                     para la diosa coronada reina asoladora del falopsiquis y la cornucópula.

                           Después resucito de espaldas al paraíso con los excesos del alcohol a tope y la depresión
                     de la yerba a cuestas, pero algún que otro �in de semana me vuelco a los mítines en pos de la
                     libertad con paz y justicia social frente al hotel Sheraton del Paseo de la República y sin mucha
                     alharaca le hago un brindis con mis modales de luchador comprometido a los tenaces forja-
                     dores del bienestar y el progreso. Otros días aterrizo por las galerías archisaqueadas de este
                     milenario país en bancarrota y hecho todo un restaurado Inkarrí vengador de más de 500 años
                     de infames tropelías me disparo como un misil teledirigido sobre los temibles blancos de la sin-
                     razón del presente y la senda sin dirección del futuro y pellizco aquí y allá unos ojos líricos de
                     ensueño para la belleza sin dueño y sin asco extermino a los depredadores del bien y la certeza
                     de la ley con mi onda expansiva de un trillón de kilowattiones.

                           Otras veces sucede, también, que con la noche húmeda y vaporosa me cuelgo al hombro
                     la guadaña justiciera y bien chévere me disparo por las calles de esta complaciente ciudad de
                     los pendejos empedernidos, pero en honor a la cruda y triste realidad me vuelvo a entornillar
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