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Cuentos
Iván Orbegozo
Lima, hora zero
A���� �� ������ es Nadie y todos los nombres a la vez. Aunque nunca ambicioné nada
ni me qu ejé de nadie o quizás nunca merecí la pena el tener algo o llegar a ser el prototipo de
alguien. Tengo el semblante y la edad de Jesucristo clavado en la cruz; pero el trinche, los cuer-
nos y el rabo de Satán. Me tachan de alcohólico, fumón y lujurioso... Me engendraron bajo este
cielo sacramental de Lima, frente a las olas incesantes de la Costa Verde.
Mi padre, faldero y presumido a rajatabla, después de mangonear en su o�icina y zam-
parse unos tragos en el bar Luchana, se echó sus polvitos en su antigua caserita de Lince. Todo
galán y campante salió a la calle y se acomodó la abultada bragueta palanquera; le compró
chicles y cigarrillos al kioskero apostado a la entrada de un cine; y sin ningún pelo de suerte
en la incipiente calva de cutre Mortadelo comprobó su número gafado en el cojo lotero de la
esquina. Al cruzar por el portal de una iglesia le emplastó un escupitajo a un perro sarnoso y de
un solo pestañazo se refregó las carcomas de la conciencia dejando caer un sencillo en el tarro
del mendigo Clodomiro.
Aprovechando las rachas del buen tiempo tuvo la amabilidad de llamar con un silbido a
un lustrabotas y embetunarse los zapatos chequeando una revista de calatas que encontró al
sentarse en un banco. Y cuando por �in sus chancabuques brillaron como espejos de peluque-
ría, giró como un trompo carreta apoyándose en el taco del zapato derecho y como un donjuán
chusco y libertino le soltó un sonoro piropo a una linda y despampanante chiquilla al bajar del
bussing y pisar suavemente sobre la vereda.
Al saque el angelito de su oreja derecha, suavecito nomás le susurró, «respétala como
dios manda, hermanito». Pero el rabioso diablillo de la otra mugrosa orejita, le mordió picarón
y bien fuertecito, «¡llévatela al huerto y cepíllatela, compadrito!». Entonces, al estilo Luis Bu-
78 ñuel, se abrió de un solo tajo los párpados lechosos de la fúlgida y sangrante libido con la navaja
ritual de sus punzantes y bajos instintos y sin reparos ni complejos la arrastró en el frondoso
huracán de sus monótonos deseos empedernidos.
En un parquecito hasta las huevas orinó deschavado y bien chévere a la sombra de un
árbol vejestorio resollando como ágil gallito navajero. Al toque se enjauló el pájaro carretón
y faldero, encendió un cigarrillo soplando el humo en rosquillas con el propósito de esquivar
a las avalanchas de su incorregible perversión, y como un ladrón cutre de una serie mala de
novela negra, abrió a golpe de ganzúa la puerta del carro y a la loca se metió a su carcocha de
volkswagen.
Hecho todo un galán de cine Lo que el viento nunca se tragó, se acomodó el saco y la cor-
bata y se peinó bien piola a través del espejo retrovisor, se chupó las muelas y sonrió happy
enseñando el dientecito de oro, le dio otra calada al rico cigarro, y al estilo futurista del auto
fantástico le metió espuelas a las llantas y caña y más caña al timón apretando el acelerador a
fondo, pero justito al cruzar el by pass de la avenida Arequipa con Javier Prado, le distrajo en las
puertas del Banco de Crédito un atraco de película al más puro estilo chanfainita Chollywood.