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Cuentos
Alonso David Lázaro Quispe
Kilómetro 41
Son las dos de la tarde con siete minutos, hoy, domingo. Es un lindo día para pasarlo en
familia, cuidándonos siempre de este clima y esperando que las lluvias cesen para disfrutar del
cálido sol, luego del movimiento telúrico que hace poco nos puso los pelos de punta. Nosotros
seguimos acompañándote donde tú estés, en tu casa, en la calle, en el auto; solo continúa
sintonizando Tropical, tu radio favorita…
El auto de patrulla se deslizaba hacia la costa con velocidad moderada. El asfalto, desde
el panorama aéreo de algún gallinazo, se podía ver cruzando los cerros de la vieja cordillera,
zanjándolos o penetrándolos como una serpiente negra e interminable. El o�icial Rogert salió
de Arequipa hacia la costa; le habían asignado la inspección de dicha vía dirigiéndose a Camaná.
Es decir, había que asegurar la circulación a través de las pistas, detectando rocas que hayan
podido deslizarse durante el fuerte temblor, para evitar accidentes de tránsito. La acción fue
inmediata.
«Qué bueno que el túnel está limpio», pensó consintiendo su nictofobia. Ayudado por las
luces, se dio las licencias de acelerar con prudencia para salir de aquellos cuarenta segundos
de oscuridad, bajo miles de toneladas de roca sólida de la montaña perforada, por donde
atravesaba la serpiente de asfalto. Saliendo hacia el día, una llamada emitida por Control alertó
la presencia de un cuerpo extraño a un lado de la carretera, a la altura del kilómetro 41.
—A la unidad que está recorriendo la Panamericana Sur, a la altura del kilómetro 41 ¿Me
copia?
—Le copio. Cambio… —dijo impetuoso.
—Testigos presenciales están reportando un cuerpo aún no identi�icado al �ilo de la
carretera. Apersonarse al lugar y con�irmar el reporte. Cambio…
92 —Copiado. Voy en camino. Cambio y fuera —concluyó esbozando una sonrisa pícara.
Necesitaba referencias más exactas. Pero seguro que no tardarían en brindarle más
información. Se preguntaba si había llegado el día, por �in, de que le suceda algo importante
durante el año. Lo había pasado muy aburrido en los últimos meses y quería retomar sus
servicios en casos como el que estaba por averiguar. Por otro lado se tranquilizaba de saber que
sus padres y hermanos menores no habían sufrido percances durante el sismo. Así es, podría
llevar el resto del día concentrado en hacer un buen papel.
La luz del atardecer era espléndida, los cerros de arcilla roja, teñidos del brillo solar,
convertían el panorama en un nostálgico trayecto hacia lo que, se esperaba, iba a ver el cadáver
de alguien. Llegando a un claro de medio kilómetro en línea recta, el o�icial bajó la sombrilla del
parabrisas para facilitarse la visión de la carretera en dirección al sol enardecido de las quince
horas.
Como lo había imaginado, el incidente tenía que suceder en el lugar donde la carretera
tradicionalmente se había reclamado para sí la vida de cientos de personas en accidentes de
tránsito y de algunos animales que bajan a comer la hierba que crece en la zona por las lluvias,