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Cuentos



                        ―Anda, sácala tú, seguro que la haces con tu sonrisita ―dijo Tony.
                        ―Vamos los dos, no te vas a quedar acá solo ¿no?
                        ―Bah… voy al baño
                        Demoró. Tenía la vejiga demasiado llena y se lavó la cara para quitarse el cansancio y la
                  sensación de vértigo que empezaba a ondular en su cabeza. Al regresar, Kike le llenó el vaso.
                        ―¿Puedes creer que desde que te fuiste se le acercaron dos tipos y a los dos los choteó?
                  ¿Y si nos han visto y esperan por nosotros?
                        Súbitamente  Tony  secó  el  vaso  de  un  solo  sorbo  y  cogió  con  fuerza  la  mano  de  su
                  compañero.
                        ―Oe, dime la verdad, ¿tú crees que la Cristina era mucha �laca para mí?
                        Kike dudó en responder
                        ―¿Qué? ¿Alguien te ha dicho eso, acaso?
                        ―No, solo pregunto, por preguntar.
                        ―Nada, hermano, no pienses huevadas. No lo creo.
                        ―¿Y esa �laquita del pantalón blanco? ¿Esa sí es mucho para mí?
                        ―No, carajo, basta con eso. Pero si estás pensando en sacarla deja de chupar. Ya empiezas
                  a hablar como esos punks huaraperos y con esa voz la vas a espantar.
                        ―Pon otras dos chelas y voy a sacarla. Te apuesto que a mí no me dice que no. Si me
                  chotea yo pago otra ronda.
                        ―¡Esa es la actitud! Pero… anda pidiendo las chelas ―dijo Kike, sonriendo―. Ahora voy
                  al baño.
                        Se paró y a medio camino empezó a reírse para sus adentros. Por esa hora, en el baño
                  ya asomaban los primeros borrachines que orinaban a ojos cerrados, apoyando una mano en
                  la pared, soltando insultos al aire y piropos obscenos. Al volver encontró las sillas vacías. Lo
                  primero que hizo fue girar hacia la puerta, pensando que quizá Tony estaría huyendo con la
                  tristeza devorándolo. No fue hasta unos segundos después que se le ocurrió voltear hacia la
                  pista de baile y lo descubrió bailando de lo más alegre con la chica del pantalón blanco. Una
                  canción, dos canciones, hasta tres al hilo. Parecía haber recuperado la sobriedad y bailaba con
                  soltura, sus manos trazaban toscas estelas invisibles y le sonrió a la chica, quien no dejaba de
                  mirarlo, sonriente también. Por �in, la canción terminó y Tony volvió a su asiento.
                        ―Oe, ¿¿¿qué??? –dijo Kike.
                        ―Anda compra las dos sshhhelas.
                        ―No hasta que me digas cómo hiciste.
                        ―Anda compra y te digo.
                        Kike se levantó. El lugar ya estaba casi lleno y se había formado una cola para comprar la
           90     cerveza. Cuando regresó a su lugar, Tony bailaba otra vez con la chica del pantalón blanco. La
                  vio sonreír mientras su amigo le mostraba algo en su celular. Ahí va con lo mismo… pensó. Al
                  cabo de un rato, Tony volvió a la mesa, bamboleándose como un muñeco por�iado.
                        ―Vámonos ya.
                        ―¿Y la �laquita? ¿Ya le sacaste el número, no? Anda, vamos y preséntame a su amiga, no
                  importa.
                        ―No, ya me quiero ir, ahora sí estoy realmente picado, casi ebrio.
                        ―¿Pero y la �laca? ¿La vas a dejar? Está mirando para acá.
                        ―Si quieres, tú quédate. No quiero hacer roche, el trago se me está subiendo con todo.
                        Kike asintió.
                        ―No, no, está bien, vámonos entonces. Hay que caminar un poco para que te baje.
                        Caminaron por el jirón de La Unión rumbo a la plaza de Armas. A esa hora, los ambulantes
                  y reducidores se adueñaban del suelo, vendían ropa de segunda, celulares robados y un sin�ín
                  de bagatelas a escoger. En la plaza tomaron un taxi.
                        ―Ya, no la hagas larga, dime cómo la sacaste, qué le dijiste ―inquirió Kike.
                        ―No le dije nada, tú mismo me dijiste que mi voz la espantaría.
                        ―¿Entonces?
                        ―Ja… ―soltó Tony. Los ojos se le cerraban―. Pa’que veas.
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