Page 157 - Biografia
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Jorge Humberto Barahona González



               Me enseño a jugar futbol (nunca lo hice bien), pero siempre le decía a los chinos: “Si
            Beto no juega, yo no juego”, y como él era buen jugador, los chinos aceptaban. También
            me enseño a jugar cinco huecos, a los “Apaches” o vaqueros, con pistolas y todo, a las
            bolas de cristal, a echar trompo, cada uno teníamos nuestra “marrana”, que eran unos
            trompos gordos y grandotes, cogíamos trompitos chiquitos y por todo el centro (el Ós-
            car Isidro me decía por donde), dábamos lo que se llamaban “secos” y los rompíamos,
            los chinos salían llorando y nosotros riendo. También el Óscar Isidro, a escondidas de
            mis padres, me enseño a subirme a los arboles de doña Sinforosa a coger cerezas
            ricas, negritas y grandotas, y también me enseño a jugar tejo con piedras (imaginando
            que eran tejos de verdad) en la calle.


               En las peleas que se armaban, el valiente del Óscar Isidro, siempre se enfrentaba
            por mi (ya que yo era muy flaquito y huev... Por no decir mas) cuando yo organizaba
            los reinados para las chinas los sábados (para eso si era bueno), el Óscar me decía
            como me debía comportar con ellas, para quedar como príncipes. Ambos hinchas del
            santafesito lindo. El único defecto que tenia Óscar Isidro cuando eramos estudiantes,
            era que estudiaba en la Salle (con los hermanos cristianos) y yo, en el Agustiniano (Con
            los curas recoletos)... rivales de toda la vida, no mentiras, siempre hemos sido y segui-
            remos siendo, buenos amigos y buenos primos hermanos, él sabe que cuenta conmigo
            y yo sé, que cuento con él.


                                            TÍA HELENA




               Hermana de mi madre, una mujer dedicada a la enseñanza, a la linda labor de edu-
            carme, a ese don que Dios le dio, el de formar y moldear personas con una calidad
            humana extraordinaria, desde muy pequeños, como lo hizo conmigo. Apenas tenia cin-
            co años, cuando la familia se reunía, para algún acontecimiento o celebración especial,
            y si faltaban la tía Helena y el tío Eduardo, preguntaban: “Y los París, no van a venir...?,
            No mijita” contestaban, “No ven que están en matriculas...!”


               Toda mi vida he agradecido, que mis primeras letras, mi buena redacción y ortografía
            (por algo me atreví a escribir este libro), que mis primeras lecturas (base fundamental
            para que, con el tiempo, desarrollara mi profesión), hubieran sido en la cartilla “Alegría
            de leer”, de portada color azul y con un grupo de niños sonriendo, saltando y gritando,
            enarbolando la bandera de Colombia. Cartilla que la señora Helenita, como se le debía
            decir dentro del colegio, siempre exigía en la lista de libros de cada año.


               La tía Helena, por eso, y por muchas otras cosas, conjuntamente con mi tía Alicia y
            mis padres, contribuyeron definitivamente para hacer de mí, un hombre de bien. Este
            ángel era una maga, en un solo salón, atendía de kinder a 5 ° De primaria, yo no
            se como hacia, pero todos aprendíamos y digo esto porque, cuando llegue al colegio
            Agustiniano, y presente los exámenes de admisión, la monja que me los hizo dijo:



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