Page 167 - Biografia
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Jorge Humberto Barahona González



               Una mañana, después de mucho tiempo de rotura total de nuestras relaciones  y
            cuando ya había fallecido su hermana (que desafortunadamente, no me dejaron ir a su
            funeral), me puso una cita en la avenida caracas con calle 75, frente a las instalaciones
            de IDIME, cuando uno habla de este centro médico, no son buenas noticias, me reci-
            bió muy seca, muy seria, me miro fijamente y me dijo: “Tengo este diagnóstico de un
            médico oncólogo, tengo un cáncer terminal en el colon, me voy a empezar a deteriorar,
            quiero hacerle una pregunta, me quiere acompañar hasta mis últimos días…?, los chi-
            nos aún no saben nada, ni se atreva a decirles, porque no lo quieren ver ni en pintura,
            de eso me encargo yo, hágame el favor y se encarga de la casa del Simón Bolívar, la
            arregla, está pendiente de los obreros y posteriormente de la venta, dígame si puede
            cumplir con estos encargos, o si no, me consigo otra persona”.


               Empezamos un proceso difícil y complicado que no quiero recordar, lo único que para
            mí fue relevante y quedo marcado en mi corazón para el resto de mi vida que, confian-
            do en Dios, llegara hasta los ochenta y pico…! Fueron tres circunstancias:


               La primera: El traslado en ambulancia del apartamento en chapinero, donde vivía
            con Jorge Alejandro, porque Sandra ya se había casado, a la clínica donde después, no
            me quiero acordar cuantos días, falleció. Yo me fui acompañándola en la ambulancia y
            ella a pesar de lo delicada que iba, se daba mañas y se quitaba la máscara de oxígeno
            y me gritaba: “Esto Beto nunca se lo voy a perdonar, lo odio, usted se unió con todos
            para no dejarme morir tranquila en mi apartamento, odio los médicos y las clínicas”

               La segunda: Falleció en la clínica a la 1:30 de la mañana, como debíamos turnarnos
            para vigilar su tratamiento durante las 24 horas diarias, a mí lo que es el destino, me
            correspondió estar esa madrugada de vigilia, lo hice con mucho gusto y así cumplí la
            promesa que le había hecho, acompañarla hasta su ultimo día, bendito sea Dios. Pero
            lo relevante que sucedió, fue cuando las enfermeras que les correspondió la mortaja y
            arreglo del cadáver, me preguntaron mientras hacíamos esa labor: “Oiga señor, usted
            que era de esta señora…?”, “Yo era el esposo”, conteste y ellas me refutaron: “No
            sea mentiroso señor, que ella siempre nos dijo que usted era su hijo mayor”, les
            cuento, estimados lectores y lectoras, que ahí comprendí toda mi vida de casado, com-
            prendí que este ángel siempre me vio cómo su hijo, mas no como su marido, como el
            papá de sus hijos.


               Y la tercera: Fue en la ceremonia de cremación, cuando yo vi descender el féretro
            y vi cuando se cerró la compuerta, se me derrumbo el mundo, me sentí culpable de
            todo, me dio crisis nerviosa y le pedí perdón a Patricia, a Benjamín (mis ahijados) a mi
            hermana y a mis hijos.


               Hoy, cuando escribo estas líneas, cuando estoy en proceso de reconciliación (que se,
            va a ser lento y difícil) con Patricia, Benjamín, Jorge Alejandro y Sandra Patricia, quiero
            contarles, que estoy tranquilo de conciencia y que amare a este ángel, hasta mi muerte.




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