Page 73 - complot contra la iglesia
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se logró que Carvajal, creyéndose acompañado por un hermano y
correligionario, externara los verdaderos sentimientos ocultos en su corazón. El
clérigo escogido fue don Luis Díaz, cuyos testimonios constan en las actas de
la audiencia celebrada en la ciudad de México, el 9 de febrero de 1595.
Ante el Inquisidor Don Alfonso de Peralta, el sacerdote mencionado, bajo
juramento prestado, hizo, entre otras, las siguientes declaraciones:
“...que es verdad que él ha pedido audiencia, para decir y declarar dichas cosas que le
han pasado con Luis de Carvajal, compañero de cárcel de éste, acerca de la Ley de Moisén; y
en aprobación de ella le dijo a éste el dicho Luis de Carvajal que no se encomendase a Ntra.
Sra. la Virgen María, porque era una mujercita embaidora, mujer de un carpintero, para que éste
viese lo poco en que la había de estimar, le hacía saber que estando un día la Virgen Santísima,
apartada de José, su santo esposo, vino a visitarla un herrero que andaba enamorado de su
Divina Majestad, y estando con su menstruo tuvo acceso carnal con ella y entonces engendraron
a Nuestro redentor Jesucristo, llamándole el perro embaidor, barbillas, y que por él había venido
la perdición de todo el género humano y la que agora había entre todos los cristianos que
guardaban su secta, y que por esta causa están Nuestro redentor Jesucristo y su Santísima
Madre y todos los Apóstoles y Stos. que los cristianos llaman mártires, ardiendo en los infiernos;
y porque la creyese éste y no tuviese duda, le dijo el dicho Luis de Carvajal que Adonay,
verdadero Dios de los Ejércitos y de las hazañas, había pronosticado al profeta Daniel que había
cuatro reinos, y que en el postrero vio el dicho profeta que había una figura espantable, y que le
salían de la frente diez cornezuelos y entre los cuales había uno muy pequeño que tenía ojos y
boca, y daba a entender esta bestias fiera que era Jesucristo Ntro. Redentor, llamándole bestia
abominable; y que esta visión que vio el dicho profeta pronosticaba la perdición que (a la venida
de Jesucristo, habría en el mundo, y que como Cristo había sido tan gran pecador, lo eran
también los Sumos Pontífices y todos los prelados de las iglesias) que seguían su doctrina y que
cuando la magdalena fue a pedir perdón a Cristo y le ungió y le dijo: `Remitunt tibi peccato´, la
estaba contemplando para pecar con ella” (18).
Sigue la declaración del clérigo católico, Luis Díaz, en los siguientes
términos:
“Item, dijo: que queriendo éste saber del dicho Luis de Carvajal qué cómplices había que
guardasen la Ley de Moisén, fingiendo éste que la quería guardar, para venir luego y
manifestarlos ante los Sres. inquisidores, le dijo el dicho Luis de Carvajal que pues él estaba
determinado a confesar y a morir en la Ley de Moisén, podría acudir éste a Manuel de Lucena y
a Manuel Gómez Navarro y a Pedro Enríquez, que eran grandes judíos y guardaban con
perfección la Ley de Moisén...” (19).
A continuación, se transcribe una escena inmunda relatada por el padre
Luis Díaz, en la que se ve de lo que pueden ser capaces esos judíos muy
fervorosos y apegados a su fe religiosa. Se trata del propio Luis de Carvajal,
cuya religiosidad es ya conocida, de Manuel Gómez Navarro, de quien dice
aquél ser gran judío y guardar con perfección la Ley de Moisés y de Diego
Enríquez, de quien dice ser el mayor judío que había en la Nueva España. La
declaración del R.P. Díaz dice:
“...se acuerda que el dicho Luis de Carvajal dijo a éste que Diego Enríquez, penitenciado
por este Santo Oficio, hermano del dicho Pedro Enríquez, era aunque mozo, el mayor judío que
había en al Nueva España y de mayor pecho y valor, y que estando en esta ciudad, en casa del
dicho Diego Enríquez, se quedaron a dormir con el dicho Diego Enríquez en una misma cama el
dicho Luis de Carvajal y Manuel Gómez Navarro, y toda la noche estuvieron en mucha chacota
comiendo nueces y pasas, y el dicho Luis de Carvajal les hizo una plática en alabanza de la Ley
de Moisén, y el dicho Diego Enríquez, después de una plática, se levantó al servicio, y habiendo
puesto un Cristo que tenía a la cabecera de la cama, atado a los pies de ella, estándose