Page 78 - complot contra la iglesia
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Por eso aún en nuestros días, cuando para combatir a la masonería o a
las organizaciones secretas del comunismo, algún grupo de católicos quiere
oponerles organizaciones también reservadas, inmediatamente, los judíos
subterráneos, organizan intrigas para que el obispo de la diócesis o sus
superiores condenen y destruyan la organización reservada. Los judíos y sus
agentes dentro del clero católico, saben muy bien que contra una organización
oculta fracasarán todas las de carácter público que se le enfrenten y que para
dominarla serán precisas estructuras también de carácter secreto que, como la
Santa Inquisición, funcionen de acuerdo con la Doctrina católica.
Otro aspecto muy atacado de la Inquisición, es el relativo a la quema de
judíos y herejes o a su ejecución por el garrote; siendo difícil precisar las cifras
exactas de los ejecutados por herejes de distintas sectas o por herejes
judaizantes, como llamaba la Iglesia a los que, siendo cristianos en apariencia,
practicaban en secreto el judaísmo.
Muchos calculan en millares y otros hasta en decenas de miles, tan sólo
los judíos clandestinos muertos por la Inquisición en la hoguera y por medio del
garrote; pero sea la cantidad que sea, los enemigos de la Iglesia han lanzado
contra ésta injustificados ataques por estos procedimientos. La defensa que se
ha hecho de la Iglesia, sobre la base de que ella no los ejecutaba directamente,
sino que los relajaba al brazo seglar para que éste dictara las sentencias de
muerte y las ejecutara, es fácilmente refutada por los enemigos del catolicismo,
diciendo que aunque la Iglesia no los condenara ni matara directamente, había
dado su aprobación a los procedimientos inquisitoriales y a las leyes que
penaban con la muerte a los herejes judíos relapsos y que, además, durante
seis siglos había dado su aprobación a estas ejecuciones. Otro argumento
débil de los defensores de la Iglesia, ha sido el pretender que la Inquisición de
España y de Portugal eran instituciones de Estado, no dirigidas por la Iglesia;
pero el razonamiento es endeble, puesto que éste no puede aplicarse a la
Inquisición pontificia que funcionó durante tres siglos en toda la Europa
cristiana y que estaba dirigida, nada menos que por Su Santidad el Papa, quien
personalmente nombraba al Gran Inquisidor. Los demás inquisidores,
franciscanos o dominicos, ejercían sus funciones como delegados papales con
autoridad papal.
Es cierto que la Inquisición Pontificia llevó a la hoguera a millares de
judíos y herejes que, aunque ajusticiados por el brazo seglar, morían, no
obstante, con la aprobación de la Santa Iglesia que había sancionado los
procedimientos para juzgarlos, las leyes que los condenaban y las ejecuciones
mismas. Si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo con las condenaciones a
muerte de judíos y herejes, las hubiera evitado con sólo ordenarlo.
Incluso, en lo referente a la Inquisición española y portuguesa, que eran
instituciones de Estado donde el Gran Inquisidor era nombrado por el rey y no
por el Papa, la Santa Iglesia autorizaba a la Orden de Santo Domingo para
constituir los tribunales de la Inquisición, para perseguir y descubrir a los judíos
y herejes, para encarcelarlos y para llevar todo el proceso hasta la relegación al
brazo seglar.
También en estos casos, la Iglesia había dado su aprobación a las leyes
que autorizaban al brazo seglar para quemar o dar garrote a estos
delincuentes.
Para lograr una defensa eficaz y contundente de la Santa Iglesia y de la
Inquisición, es preciso tener el valor de recurrir a la verdad y a toda al verdad.