Page 40 - LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION
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Obligaremos a los gobernantes a reconocer su impotencia por las medidas de seguridad
              que  se  verán  obligados  a  tomar  manifiestamente,  y  por  este  medio,  aminoraremos  el
              prestigio.

              Nuestro  gobierno  será  custodiado  por  una  guardia  secreta,  que  casi  nadie  advertirá,
              porque  no  admitimos  ni  siquiera  la  idea  de  que  pueda  existir  un  partido  o  facción
              contrarios, que no esté en condiciones de combatir y que tuviera que cuidarse de ellos. Si
              admitimos  esta  idea,  como  lo  hacen  todavía  los  Gentiles,  habríamos  firmado  una
              sentencia de muerte, si no la del soberano mismo, la de su dinastía en un porvenir no
              lejano.

              Según  las  apariencias  rigurosamente  observadas,  nuestro  gobierno  no  se  servirá  del
              poder  sino  para  bien  del  pueblo,  y  no  para  provecho  personal  ni  de  su  dinastía.  Así,
              guardando  esta  conducta  honrada  y  decorosa,  su  poder  será  honrado  y  respetado  y
              defendido por sus mismos súbditos; se le adorará bajo la idea de que el bienestar de cada
              uno de los súbditos depende del orden y de la economía social...

              Cuidar  al  rey  de  una  manera  manifiesta  y  visible  sería  reconocer  la  debilidad  de  la
              organización del gobierno. Nuestro rey, cuando se encuentre en medio de sus súbditos,
              estará siempre rodeado de una multitud de hombres y mujeres que parecerán curiosos
              que ocupan las primeras filas cerca de él, por mera casualidad, y que detendrán las filas
              de los demás, como para evitar el desorden.

              Esto será un ejemplo de moderación. Si entre la multitud hubiere algún pretendiente que
              se  empeñe  en  hacer  llegar  al  soberano  su  petición,  esforzándose  por  abrirse  paso  a
              través del pueblo, los que se encuentren en las primeras filas deberán tomar la solicitud
              del peticionario de  sus  manos  y  a  su  vista  hacerlo  llegar a  las del soberano,  para  que
              todos sepan que llegó a su destino y para que al mismo tiempo comprendan que hay un
              control, algo que impide que cualquiera pueda llegar hasta él.

              Con  la  institución  de  una  guardia  oficial  desaparece  el  prestigio  místico  del  poder.
              Cualquier  hombre  dotado  de  cierta  audacia  se  cree  dueño  del  poder,  el  faccioso  no
              desconoce su fuerza y acecha la ocasión de acometer cualquier atentado contra el poder.
              Cosa muy distinta decimos a los Gentiles en nuestro discurso.

              Pero bien vemos cuáles han sido las consecuencias de las precauciones manifiestas y
              visibles. Arrestaremos a los criminales a la primera sospecha más o menos fundada: el
              temor  de  padecer  un  error,  no  debe  ser  motivo  para  darles  facilidades  de  huida  a
              individuos sospechosos de un delito o de un crimen político, crímenes y delitos para los
              que no tendremos consideración y debemos ser despiadados.

              Si se puede, forzando un poco el sentido de las cosas, aceptar el examen de motivos en
              los  crímenes  ordinarios,  no  puede  haber  excusa  ninguna  para  tolerar  que  alguien  se
              ocupe en cuestiones políticas que nadie, fuera del gobierno, puede entender.

              Ni aun todos los gobiernos actuales son capaces de entender la verdadera política.
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