Page 47 - Confesiones de un ganster economico
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                        de vida del Peace Corps por un tren mucho más espléndido y lujoso. Mis ratos con
                        Claudine  habían  significado  ya  la realización  de  una  de  mis  fantasías.  Casi  era
                        demasiado bueno para ser cierto, y me sentí resarcido, al menos en parte, por mis
                        años de encierro en el internado masculino.
                             Al mismo tiempo sucedían otras cosas en  mi vida.  Ann y yo  estábamos cada
                        vez más distanciados. Supongo que debió darse cuenta de que yo llevaba una
                        doble vida. Yo me justificaba ante mí mismo acudiendo al resentimiento que había
                        provocado  el  casarme  por  obligación.  Aunque.  ella  siempre  estuvo  a  mi  lado  y
                        soportó conmigo  la  aspereza  de  la  misión  del Peace Corps  en  Ecuador,  para  mí
                        Ann seguía representando la continuación de aquella pauta de sumisión a las
                        voluntades de mis padres. Ahora que paso revista a los acontecimientos estoy
                        seguro de que mi relación con Claudine también tuvo mucho que ver, por
                        supuesto. Esto no podía mencionárselo a Ann, pero ella lo adivinaba. En cualquier
                        caso, decidimos mudam6s a apartamentos separados.
                             Cierto día de 1971 -faltaba más o menos una semana para la fecha de partida a
                        Indonesia-, al llegar al piso de Claudine vi la mesita de la sala puesta con un
                        surtido de canapés y quesos variados, y también una buena botella de Beaujolais.
                        Ella me recibió con un brindis.
                             -Lo  has  conseguido  -dijo  con  una  sonrisa,  que  sin  embargo  me  pareció  algo
                        ambigua-. Ya eres de los nuestros.
                             Charlamos  alegremente  como  media  hora.  Y  luego,  mientras  apurábamos  la
                        botella, me dirigió una mirada que nunca le había visto. -Jamás le hables a nadie
                        de nuestros encuentros -dijo con voz enérgica -. Nunca te lo perdonaría, y además
                        negaría haberte conocido alguna vez.
                           Después de asestarme otra ojeada tan severa que por primera vez llegué a
                        sentirme amenazado, soltó una carcajada sarcástica y agregó:
                              -Si mencionaras algo de esto, la vida podría llegar a ponerse peligrosa para ti.
                        Quedé petrificado. La sensación fue terrible.  Pero  más tarde,  mientras regresaba
                        solo  al  Prudential  Center,  admiré la  astucia  del  procedimiento.  De  hecho,  todas
                        nuestras entrevistas habían ocurrido en el apartamento de ella. No existía ninguna
                        prueba de nuestra relación, ni mediación alguna demostrable por parte de nadie de
                        MAIN. Por otro lado, tuve que reconocer que me había hablado con franqueza, sin
                        tratar de torcer mi voluntad como lo hicieron mis .padres con lo de Tilton y lo de
                        Middlebury.

































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