Page 49 - Confesiones de un ganster economico
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                                    Salvar a una nación del comunismo

                        .
                        Y o tenía una visión idealizada de Indonesia, el país donde iba a vivir
                        durante los próximos tres meses. En algunos de los libros que había leído había visto
                        fotos de bellas mujeres envueltas en sarongs de luminosos colores, exóticas bailarinas
                        balinesas, chamanes que escupían fuego y guerreros en sus largas canoas de troncos
                        ahuecados remando por aguas de color esmeralda a los pies de volcanes coronados de
                        humo. Me sorprendió especialmente una serie dedicada a los magníficos galeones de
                        los infames piratas Bugi, con sus impresionantes velas negras, que todavía surcaban
                        las aguas del archipiélago, y que en otros tiempos atemorizaron a los marineros
                        europeos hasta tal punto que, cuando éstos regresaban a sus hogares y les tocaba
                        reprender a sus hijos, solían decirles: «Si no te portas bien llamaré a los piratas Bugi y
                        vendrán por ti». ¡Ah! ¡Cómo agitaban mi espíritu esas imágenes!
                          La historia y las leyendas del país presentaban una galería de personajes
                        descomunales: dioses iracundos, dragones de Komodo, opulentos sultanes tribales.
                        Leyendas ancestrales muy anteriores al nacimiento de Cristo habían viajado a través
                        de las cordilleras asiáticas y los desiertos de Persia para cruzar el Mediterráneo y
                        quedar profundamente grabadas en los repliegues más escondidos de nuestra
                        psicología colectiva. Hasta los nombres de aquellas fabulosas islas -Java, Sumatra,
                        Borneo, las Célebes- seducían a la imaginación. Eran tierras de misticismo, de leyenda
                        y de erótica belleza, el tesoro que Colón buscó y nunca pudo alcanzar, la princesa
                        deseada y jamás poseída por España, por Holanda, por los portugueses y los
                        japoneses. Una fantasía y un sueño.
                          Mis expectativas eran elevadas, como las de aquellos grandes exploradores,
                        supongo. Pero, al igual que Colón, debí haber aprendido a moderar mis fantasías. Tal
                        vez era de prever que el faro del destino no siempre apunta a los horizontes que
                        habíamos imaginado. Indonesia








































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