Page 274 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker



                                        XVIII



                         Del diario del doctor Seward



                                   de septiembre. Llegué a casa a las cinco y
                         30       descubrí que Godalming y Morris no solamen
                                  te habían llegado, sino que también habían
                                  estudiado las transcripciones de los diversos
                                  diarios y cartas que Harker y su maravillosa
                  esposa habían preparado y ordenado. Harker no había regresa
                  do todavía de su visita a los portadores, sobre los que me había
                  escrito el doctor Hennessey. La señora Harker nos dio una taza
                  de té, y puedo decir con toda sinceridad que, por primera vez
                  desde que vivía allí, aquella vieja casona me pareció un hogar.
                  Cuando terminamos, la señora Harker dijo:
                         —Doctor Seward, ¿puedo pedirle un favor? Deseo ver a
                  su paciente, al señor Renfield. Déjeme verlo. Me interesa mucho
                  lo que dice usted de él en su diario.
                         Parecía tan suplicante y tan bonita que no pude negár
                  selo; por consiguiente, la llevé conmigo. Cuando entré en la
                  habitación, le dije al hombre que había una dama a la que le
                  gustaría verlo, a lo cual respondió simplemente:

                         —¿Por qué?
                         —Está visitando toda la casa y desea ver a todas las
                  personas que hay en ella —le contesté.
                         —¡Ah, muy bien! —dijo—. Déjela entrar, sea como sea;
                  pero espere un minuto, hasta que ponga en orden el lugar.
                         Su método de ordenar la habitación era muy peculiar.
                         Simplemente se tragó todas las moscas y arañas que
                  había en las cajas, antes de que pudiera impedírselo. Era obvio
                  que temía o estaba celoso de cualquier interferencia.
                         Cuando hubo concluido su desagradable tarea, dijo
                  amablemente:
                         —Haga pasar a la dama.






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