Page 23 - Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica (ed. Gustave Lefebvre)
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INTRODUCCIÓN                                             25


     discusión las  de la  sociedad egipcia.  En la cúspide  de  la  jerarquía  se en­
     cuentra el rey: no se trata de un tirano, sino más bien de un padre. Hace
     que se le envíen presentes al exiliado Sinuhé, le exhorta a volver a Egipto,
     manda una comitiva a su encuentro, y le recibe en el palacio con bondad;
     los hijos del rey le acogen de forma igualmente amigable y le obsequian con

     música; la reina asiste a la recepción.—Oponiéndose a que el campesino re­
     grese de inmediato a su casa, el faraón, lleno de humanidad, se cuida de en­
     cargar a  su ministro «que  asegure el mantenimiento de la mujer y de  los
     niños» del pobre diablo45.-Un hijo del rey, en  Westcar, se muestra lleno de
     atenciones hacia Djedi, el mago de ciento diez años46.—En otro cuento de

     la  misma  recopilación,  el  rey  Snofru  saluda  al  jefe-lector Djadjaemankh
     llamándole «mi hermano»47; y en otro lado, interpela a Neferrohu con es­
     tas palabras: «mi amigo», en tanto que dirigiéndose a los cortesanos, les lia-
                   4R
     ma «compañeros»  .
        En su bondad,  el soberano propende  a veces  a la debilidad:  así,  ce­
     diendo a las súplicas de su hijo, el príncipe predestinado, hace que le en­
     treguen un perro, aunque no ignora el temible destino que amenaza al jo-
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     ven  .
        Como en las sociedades más arcaicas, el faraón es el juez supremo y
     sabe castigar cuando es  preciso. Abandona al cocodrilo  (con una breve
     frase: «¡Llévate lo que es tuyo!»)  al burgés que ha engañado a Ubaoné y
     condena al fuego a la culpable mujer’’0.—Bata, convertido en rey, entrega

     igualmente al suplicio a la mujer que le ha traicionado, y toda la corte lo
     aprueba51.
        Al igual que muchos soberanos orientales, el rey de Egipto se aburre
     a menudo. Afortunadamente le gusta no tanto leer52 como hacerse leer
     trozos  de  elocuencia,  o  escuchar historias  divertidas.  Cuando  el rey del
     Cuento  del campesino  ordena,  como  hemos visto,  retener  en  la  ciudad  al
     campesino «elocuente», y darle largas, ¿cuál era su objetivo?: hacerle ha­
     blar el mayor tiempo posible. Después, añade, «que sus palabras nos sean
     remitidas por escrito, para  que las  escuchemos»53.  Se recogen entonces
     «sobre un rollo de papiro nuevo» (como hoy día las recogeríamos en un
     disco) las súplicas del campesino, «cada una de acuerdo con su conteni­
     do», y cuando finalmente se calla, el ministro «hizo llegar el rollo de pa­


        :
        4>Véase más abajo, p. 76.

        46 Véase más abajo, pp.  101-102.
        47 Véase más abajo, p. 99. «Mi hermano», como en el árabe del Egipto moderno ya ctkhi. Cfr.
     sobre el carácter del rey Snofru, los comentarios de B. Gunn en /7EL4 12 (1926), pp. 250-251.
        4* Véase más abajo, p.  114.
        49 Véase más abajo, p.  133.
         Véase más abajo, p. 97,
        ^  Véase más abajo, p.  165.
         El Cuento profético nos muestra a un rev (también Snofru) que sabe escribir (véase más aba­
     jo, p. 115 y n.  16): debía pues saber también leer. Pero el caso era sin duda muy raro.
         Véase más abajo, p. 76.
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