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Por todo ello, pusieron a la paciente a pujar y pujar en su cama, tratándola como niña chiquita, usando diminutivos y
al mismo tiempo gritándole que no sabía pujar, que no lo estaba haciendo bien, que si no cooperaba su bebé se iba a
morir e iba a ser su culpa. Cabe mencionar que el bebé todavía se encontraba en primer plano. Aparte de ocasionar
disminución de la frecuencia cardiaca al bebé, solo descalificaban a la madre y generaban frustración y pánico en
ella, quien sentía que pujaba con todas sus fuerzas y no podía bajar a su bebé, solo defecaba en su ya de por sí sucia
cama. Yo traté de compensar un poco, le cambié la sábana, le dije que le echara ganas, que lo estaba haciendo bien,
que respirara profundo y que no tuviera miedo.
Cuando por fin el bebé bajó, la señora se encontraba agotada. Cuando ya estaba ahora sí a punto de salir, todos se
pusieron a correr, “señora ya no puje”. El pobre camillero tenía que transportar siempre a las pacientes a toda
velocidad, porque si el bebé nacía en la camilla se consideraba un desastre. Después de algunos gritos y carreras,
la señora se encontraba boca arriba en la cama de expulsión, con las piernas colocadas de la manera más incómoda
posible en unas pierneras que frecuentemente estaban descompuestas y en pánico total, sin entender muy bien por
qué todos corrían y gritaban. Pedí que levantaran el respaldo de la cama, para que no estuviera totalmente
acostada y pudiera respirar mejor, pero nadie me hizo caso. Más gritos, pero ahora dirigidos hacia mí, para que me
lavara las manos rápidamente, me colocara gorro y cubrebocas, bata estéril y guantes. Luego, a poner los campos
estériles alrededor de la vulva y lavar el área. Todo muy rápidamente. Después, realizar la episiotomía – como la
paciente tenía bloqueo, no era necesario colocar más anestesia local (aunque con algunas pacientes el efecto de la
epidural se pasa y si sentían el dolor del corte), ya no había tiempo qué perder. Sin embargo, la señora tenía buen
espacio y no parecía requerir la episiotomía. Cuando se lo dije a la residente superior, me contestó: “Tú estás aquí
para aprender a reparar episiotomías, así que a todas las pacientes se las vas a hacer, la requieran o no”. Enton-
ces, resignada, agarré las tijeras y le hice una episotomía pequeña. Ella me las quitó y con una mirada de desapro-
bación, la hizo más grande.
Después de más gritos de la residente superior culpabilizando a la señora atendida, por tocar los campos estériles
y contaminarlos, por fin nació el bebé. Ahora gritos hacia mí: “Rápido, cálzatelo, aspíralo, corta el cordón, más
rápido, pásaselo al pediatra”. Como si fuera una inútil que no hubiera atendido nunca un parto. La señora no podía ver
nada. Yo traté de sonreír, de calmarla. Le dije: Lo lograste, lo hiciste muy bien, tu bebé se ve bien”. Porque de su
bebé ella no veía nada. Solo trapos y gente moviéndose rápidamente. Su único consuelo era oírlo llorar.
GÉNERO Y SALUD en cifras
16 Septiembre - Diciembre 2010