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Anexo: Testimonio de una médica
residente ante la violencia obstétrica institucionalizada
hacía era regaño seguro y a veces castigo. Aun cuando los libros y artículos indican que hay que hacer la menor
cantidad de tactos vaginales posibles, ya que se aumenta el riesgo de infección. Después del parto, si no se presenta
ningún problema no es necesario hacer el tacto, la vagina se encuentra inflamada y muy sensible – sobre todo si se
realizó episiotomía, como en la mayoría de los casos en ese hospital –, por lo que efectuarlo resulta muy doloroso.
Una vez en que inicié con el goteo normal, subiendo la dosis poco a poco y evaluando las contracciones, como la
señora era primigesta y avanzaba lentamente, un residente de segundo año me ordenó inmediatamente que le
aumentara el goteo, para que todo avanzara más rápido. La señora (quien tenía solo 18 años) pasó muchas horas de
dolor, acostada sin poderse mover porque lo tenía prohibido. Además, mojada en una cama de plástico, llena de
líquido amniótico, sudor, sangre y moco, tal vez un poco de orina porque no se podía levantar. Con restos de jabón y
vello púbico de cuando la habían rasurado y con una luz neón en la cara durante toda la noche. Por si fuera poco, le
era imposible concentrarse en su trabajo de parto porque la señora junto a ella no paraba de llorar y gritar, los
residentes discutían continuamente y las enfermeras no dejaban de regañarla. Se quejaba de hambre y de sed,
pues no había comido ni tomado nada en 12 horas y debía permanecer en ayuno, en caso de que algo se complicara y
fuera necesario hacer una cesárea (como sucedía frecuentemente).
Cuando la paciente estaba dilatada a siete centímetros y ya no aguantaba el dolor con tanta oxitocina (aunque yo le
bajaba al goteo sin que me vieran, pero luego cuando me tenía que ir a algún lado llegaba alguien más y se lo subían
otra vez) me mandaron por el anestesiólogo para que le pusieran el bloqueo epidural. Le pregunté si quería la
anestesia y no entendió muy bien de qué se trataba, pero cuando el doctor le dijo que ya no le iban a doler tanto las
contracciones, inmediatamente firmó la hoja de consentimiento. Después de batallar un poco, se le colocó la
anestesia y ella descansó un ratito, aunque no podía mover las piernas. Lo malo fue que con la anestesia
disminuyeron las contracciones, por lo que le subieron aún más la dosis de oxitocina.
Para lograr que la dilatación fuera más rápida, el personal residente, al hacer el tacto, estiraban el cuello de la
matriz con los dedos, lo cual le producía mucho dolor y obviamente puede causar desgarros cervicales a las
mujeres. A esto le llaman “darle cuerda” a la paciente y es una práctica obligada. Después de mucho sufrimiento,
muchos gritos y muchos tactos vaginales, por fin la señora estuvo completamente dilatada. A pesar de esto, el
bebé todavía estaba muy arriba y así todavía no podía pasar a la sala de expulsión. Si la pasabas y se tardaba más
de cinco minutos en sacar al bebé, era considerado como el peor de los errores, ya que todos siempre teníamos prisa
y no se podía perder el tiempo ahí adentro.
GÉNERO Y SALUD en cifras
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