Page 63 - Llaves a otros mundos
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CUANDO Ana despertó, notó que se había acostado sin quitarse la ropa y que
había ensuciado de tierra las sábanas perfumadas. «Ni siquiera me quité los
tenis», se reprochó. Destendió la cama, sacudió sus vestiduras y volvió a
tenderla. Después se sentó en un borde y sacó del bolsillo de su pantalón a Trece.
Aunque la sostuviera por mucho tiempo, siempre estaba fría.
—Qué rara eres, Trece —le dijo.
La llave no contestó. Tras examinarla por todos lados, se quedó dormida por otro
largo rato.
A la mañana siguiente, al despertar, un vaso de leche la esperaba paciente y frío
junto a la cama. Se levantó y se sintió sucia. No era para menos, si no se había
bañado ni cambiado en un buen rato. Además, las semillas de Coroco soltaban
una sustancia viscosa que hacía pegajoso su pantalón.
Después de beber su vaso de leche, Ana tomó a Trece y a la computadora, cruzó
la puerta de la habitación y deseó estar en una lavandería. La computadora le
informó:
Nombre: BURBUPLÚS
Es, de los mundos de las máquinas, el más eficiente, o por lo menos el más
limpio. Para encontrar al brujo no sirve de mucho, pero si el viajero necesita un
baño o limpiar su atuendo, el servicio es excelente.
Ana creyó que estaba leyendo un comercial de una revista y no un mapa. De
todas formas cruzó una puerta de metal (toda la habitación era de acero) y se
encontró con un robot con cuerpo de lavadora y ojos de perilla.
—Bue-nas-tar-des —le dijo, muy mecánicamente.
—Buenos días —corrigió Ana.