Page 147 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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espacios secretos, alejadas de aquellos que temían a lo que no podían controlar
ni poseer.
Los magos y las brujas, regidores de los elementos, más cercanos a las artes de
la lucha, decidieron ponerse a favor o en contra de quienes pretendían suprimir
o controlar sus poderes. Aquellos que mediaron en favor de la paz terminaron
siendo presas de cacerías. Muchos portadores de magia fueron convertidos en
cenizas a causa del miedo que se alojó en el corazón de los humanos, donde la
superstición y la ignorancia se impusieron al conocimiento, al estudio, a la
comprensión lógica, y a aquello que escapa a esta última, pero que existe; por
ejemplo: el amor.
Pero hubo magos y brujas que, expertos en el combate, no se subordinaron e
iniciaron batallas de uno a miles contra el miedo y la opresión que movían las
armas de los ejércitos. En ellas hubo pérdidas para ambos bandos. Se firmaron
tratados de paz y de olvido con seres poderosos, quienes, resentidos, accedieron
a cesar la guerra a cambio del miedo, tributo impuesto a los derrotados: los
humanos. Ese temor que brujas y magos despertaron en la raza vencida se
convirtió en la esencia que alimentaría su magia desde entonces, y que aún lo
hace. Fue así como se originaron la llamada magia oscura y sus portadores.
La Cumbre de la Desesperanza, el Abismo del Infinito y el Lago al fondo de la
Cueva del Milenio se convirtieron en moradas de magos y brujas abismales, los
más poderosos en su clase, seres básicamente invencibles, incontrolables, que
cesaron la guerra contra los hombres, de la cual salieron victoriosos, a cambio
del tributo y pleitesía de las generaciones futuras de aquellos que osaron
enfrentarlos; seres que sin haberlos conocido ni visto de frente fueron
condenados a temerles. Y de ese modo cesó la guerra, sin que ello representara
la paz.
Los dragones, raza mixta, híbrida por su origen mágico y místico, maestros de
los elementos, capaces de crear el fuego, ser más ligeros que el viento, congelar
las aguas, hacer cimbrar la tierra y, al mismo tiempo, de encender la esperanza,
mitigar el temor y revalorar la soledad, fueron el último bastión de aquel
periodo bélico. Renuentes a dañar a hombres cegados por un miedo ajeno, que
no comprendían, y que levantaban las armas en su contra, decidieron partir tras
la pena de haber perdido a algunos de los suyos. Fue así que la muerte de los
dragones alimentó la sensación de poder de aquellos guerreros que lograron
atravesar con hierro las corazas escamosas de criaturas que intentaron