Page 150 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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desaparecido de la mente de todo ser que no fuera un espectro? Al nunca haber
sido escrita en texto alguno, no había forma de escapar de aquel confín.
Bajo el reinado de la luna me volvía taciturna, pero cuando la noche no era
gobernada por ésta, y se cernía en el mundo la oscuridad, hermosa y perfecta,
pero temible para mis vacíos, que cobraban forma con ella, el desasosiego que
motivó a otros a eliminar a los míos se apoderaba de mí. Durante aquellos
momentos desoladores, yo misma destruí con mi poder a los seres vegetales que
me acompañaban; sin querer quemé los troncos de árboles milenarios, así como
los tallos de las flores azules que brillaban al alba cual diamantes, las únicas de
aquel valle que fue mi hogar. De ese modo mis llamas eliminaron parcialmente
mi temor a la oscuridad y le dieron las formas de las sombras que bailaban al
compás del fuego, pero me dejaron aún más desolada. Cuánto poder yacía en mí
y qué condena tan grande representaba.
No podría precisar cuánto tiempo pasé de aquel modo, pero los inviernos fueron
suficientes para hacerme olvidar por temporadas que estaba aún con vida.
Respirar y nutrirme del sol fueron acciones inconscientes que me mantuvieron
viva en medio de aquella inercia. Ahora que lo pienso, me resultaba difícil
desprenderme de una vida que se aferraba a mí tozudamente.
Pero una mañana, sin saber cómo, algo cambió. Una presencia que armonizaba
conmigo apareció en mi mundo, como un cometa que no se desvanece, como una
estrella que no se oculta con el sol, esa compañía invisible que mitigaba mi
soledad. Tal presencia se mantuvo a mi lado en las noches sin luna y jamás se
fue. No hubo palabras, pues no eran necesarias; tampoco presentaciones, sólo
la certeza de que ya no estaba sola en el mundo.
De la mano de aquel ser que no veía, tomé el valor de extender mis alas y de
aventurarme en vuelos cortos; después, cada vez más largos y más altos.
Siempre con la prudencia de no acercarme demasiado a las aldeas o reinos para
no ser vista por algún humano. Sin tenerlo muy claro, la esencia de aquel
“gemelo” me guiaba: era como el bastón de un ciego que anticipaba mis pasos.
No lo conocí sino hasta muchos años después de su aparición y, a pesar de ello,
estuvo a mi lado cuando la desesperanza me invadió más profundamente.
Volando descubrí, sobre el reflejo del agua, mi magnificencia. Admiré mis alas
poderosas, mi cola larga, esbelta, el brillo de mis ojos, la apariencia ebúrnea de
mi pecho, la fuerza que representaba. Al darme cuenta de esa belleza y de ese