Page 148 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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restablecer la paz.
De tal modo ocurrieron las cosas. Y en aquellas circunstancias terminé varada
en la Montaña de la Desmemoria, tras la huida apresurada de la última manada
de los míos. Yo era un huevo de oro que aún estaba frío, imposible de rescatar
bajo el ataque de catapultas, de lanzas, de odio. Un mundo condenado a
desconocer el calor de los suyos, por una guerra que dio inicio antes de que mis
ojos conocieran la luz.
Ése es el comienzo de mi historia, que nunca debió ser, pero fue.
Mi nombre es Ilene, última dragona de un mundo que ha querido olvidarnos a
causa del miedo o, tal vez, de la vergüenza por lo que hicieron a los míos.
¿Que cómo sé todo eso si sucedió antes de que yo naciera? Fue porque un noble
ser místico, quien gustaba de contemplar el devenir de los humanos, me rescató.
Primero me encontró, casi por accidente, en el hueco de un árbol enorme, y
después, al identificar mi cascarón, me llevó al único sitio que consideró seguro
para mi nacimiento: la punta más alta de una montaña a las orillas de un
bosque que nadie visita. Un sitio donde el sol, guardián de mi clan, me bañó por
casi un siglo hasta que tuve la fuerza de romper mi cascarón, sólo para ver la
bruma y la desolación, que eran mi hogar.
La historia con la que comencé mi relato fue el cuento de cuna que mi guardián
me narró cada noche que me visitaba para asegurarse de mi bienestar. La suya
fue la primera voz que escuché, y la única durante mucho tiempo. Una voz que,
a modo de recordatorio, se colaba a través de mi cascarón hasta mi memoria.
Según sus palabras, olvidar el pasado imposibilitaría que tuviera la oportunidad
de comprender mi presente y hacer algo con mi futuro, uno que él auguraba
prometedor para sí, hasta que me conoció.
Emergí de mi huevo de oro en un cenit, cuando el tiempo de mi pueblo no era
más que un mito trágico, y se nos veía como bestias destructivas, más que como
criaturas de poder. Pasé mis primeras horas asustada, sola, en medio de cenizas
que manchaban mis escamas y cubrían sus matices tornasolados.
Cuando por fin la luna brilló en lo alto, semejante a un sol de plata, pude
conocer a mi benefactor: un elfo de edad incalculable, que al ver roto mi
cascarón de oro comenzó a buscarme. Al dar conmigo su sonrisa se desvaneció.
Yo habría cabido en sus dos manos y me habrían dado calor, un calor que