Page 149 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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deseaba, no que necesitaba; pero nunca pude conocer la textura de su piel

               pergaminosa.

               —Ya veo. Es una pena. Esperaba un dragón —dijo tras examinarme.


               Aquello no tenía sentido; eso era yo exactamente y tenía plena conciencia de
               ello.


               Sin decir más tomó mi cascarón, lo puso en una bolsa de tela blanca y se fue por
               donde vino.


               —Te daré un último regalo —me dijo con voz parca antes de perderse de vista
               —. Ilene será tu nombre; necesitas uno para decirle al mundo quién eres, en caso
               de que logres sobrevivir, claro está. Es una variación del nombre Aileen, que
               significa “luz”, pues eso eres: una variación de lo que debiste ser.


               A pesar de que mi corazón me pedía seguirlo, no lo hice; sabía que no debía
               hacerlo. Esa mirada desilusionada fue suficiente para que lo entendiera.


               Me tomó años de soledad comprender sus palabras: “Esperaba un dragón”.
               ¡Claro! Un dragón y no una dragona. Durante algún tiempo, no estoy segura de
               cuánto, me entretuve contando estrellas, preguntándome si habría tantas como
               padres que hubieran dicho una frase semejante sobre sus hijas. Nunca he sabido
               la respuesta.


               Así crecí, en medio de la soledad de una cumbre que me ofrecía un futuro
               infinito, incapaz de acercarme al mundo de los hombres, a cuya orilla fui
               confinada. Era temida por cuanto espectro del bosque se aproximaba a las

               faldas de mi montaña. El tiempo se fue acumulando, como la nieve en un
               invierno perpetuo, cuyo único calor venía de mi interior y, claro, de mi padre, el
               sol.


               Los días para mí eran monótonos, los rayos de mi ancestro me nutrían, me
               acompañaban, pero cada día traía consigo la noche, donde la luna gobernaba
               con su reflejo. La soledad se instaló en mi corazón. Yo esperaba. ¿Qué? La
               nada, porque la muerte no se presenta ante los míos sino hasta que el corazón
               arde de amor por un complemento digno, y éste desaparece del mundo; o bien,
               cuando una pieza de hierro bañada con sangre de un ser puro atraviesa nuestra
               piel y llega a nuestro núcleo. Pero ¿quién iba a complementarme en aquella
               soledad? ¿O quién se atrevería a matar a alguien que no debió existir, que había
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